miércoles, 16 de mayo de 2012

Vencejos en mi calle


Ya están aquí. Otra vez. Llegaron hace ya unas semanas, desde África. Como siempre. Se dice por aquí, escribo desde Sevilla, suelen llegar con la Luna llena de Semana Santa. Y es más o menos cierto.

También, como siempre, y por más atento que he estado, no los he visto llegar. Una vez más, no vi llegar a los vencejos a mi ciudad.

Pero lo cierto es que han venido y nadie sabe cómo ha sido. Bueno ellos sí. Que bien pensado, es lo único que importa.

Dicen que en África tienen alimento, pero que vienen a España a criar, con la primavera. Ellos sabrán lo que les conviene. Por mi parte que lo hagan cuando quieran. Yo encantado.

Me gusta observarlos al atardecer, desde mi terraza. Veo cómo sobrevuelan los nidos que tienen en una grieta del edificio de enfrente. Lo hacen con una frenética e ininterrumpida actividad.

Me acaricia el susurro de sus armoniosos aleteos y planeos. Oigo el sonido de sus continuos, agudos y no muy armoniosos, chillidos. Y me quedo extasiado con su rápido y zigzagueante vuelo, más rápido que mi propia vista.

Que es como decir, casi, la velocidad de la luz. Una exageración por mi parte, sin duda. Se calcula que con sus aguadañadas alas, pueden embocar los nidos a más de 70 km/h. Lo que no está nada mal.

Son tan rápidos que, en 1656, un émulo gongorino escribió:

“No ha nada que era mozo y ya soy viejo, 

parece que anteayer iba a la escuela; ¡Válgame Dios!, 

y lo que el tiempo vuela, 

sin duda que alas tiene de vencejo”. 

No. No está nada mal la comparación.

He leído que estos pájaros siempre están en el aire. Que nunca paran. O casi.

Por eso no es de extrañar que los ornitólogos reconozcan saber poco de ellos. Poco comparado, sobre todo, con lo que saben de otras aves, claro.

Y es que no debe ser fácil estudiar a un animal que se pasa la vida en las alturas. Unas aves de nunca parar.

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