De todos es
conocido el escritor de ascendencia rusa Vladimir
Nabokov (1899-1977).
Un autor
imprescindible del recién pasado siglo XX que cuenta entre sus novelas, clásicos
reconocidos como Lolita y Pálido fuego.
Se trata de una
actividad, la de escritor, que es de
dominio público. De hecho Lolita fue
llevada incluso al cine. Un detalle bien significativo de su conocimiento por
el gran público.
La que quizás no
sea tan del dominio público es otra de las actividades de Nabokov. Su gran
afición por ese deporte-ciencia que es el ajedrez.
Tanto que, incluso, le dedicó una de sus primeras y más famosas novelas.
Después les cuento algo al respecto de esta actividad.
La que ya es
probable que no conozcan, y quizás pudiera sorprender a más de uno, es su
faceta como científico, en concreto como entomólogo.
Por lo que
sabemos, desde muy pequeño, Vladimir se sintió atraído por las mariposas. Una pasión que heredó de sus
padres.
Según él mismo cuenta,
con tan solo ocho años de edad, cuando su padre fue encarcelado por las
autoridades rusas, a causa de sus actividades políticas, él le llevó una
mariposa a la celda como regalo. Un regalo que seguro a su padre le encantó.
Ya de adolescente,
a Nabokov le gustaba realizar excursiones para capturar mariposas. Unos
ejemplares que después describía con todo cuidado y método, imitando a las
revistas científicas que caían en sus manos.
Se trataba de
una afición por estos lepidópteros,
que le convertirían en un experto autodidacta y que no le abandonaría nunca a
lo largo de su vida.
De exilio en
exilio
De hecho solía
decir que si no hubiera sido por la Revolución
Rusa, que obligó a su familia a exiliarse en 1919, se hubiera convertido en
lepidopterólogo profesional. Un
sueño que por desgracia, o por suerte, con estas cosas nunca se sabe, no pudo
llegar a cumplir.
En su exilio
europeo, y ya con cierta fama como escritor, Nabokov se dedicó a visitar las mejores
colecciones de mariposas existentes en los grandes museos.
Incluso empleó
su dinero para financiar una expedición a los Pirineos, donde él y su esposa Vera, capturaron más de un centenar de
especies.
Comentarles que Nabokov
nunca aprendió a conducir, por lo que dependía de su esposa para que lo llevara
a todos los sitios. Qué sería de nosotros sin ellas.
Eran buenos
tiempos que, por desgracia, empezaron a oscurecerse con la llegada de los nazis
al poder en Alemania. De nuevo los perros de la guerra ladraban en Europa. Y
Nabokov, en 1940, emprendió un nuevo exilio, esta vez a Estados Unidos.
Sin embargo,
como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”. Porque fue en este
país donde encontró su mayor fama como novelista y también donde más progresó
en el estudio de las mariposas.
En la década de
los 40, Nabokov se obtuvo un sobresueldo como cuidador de las colecciones de
lepidópteros del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard.
Y llegó a publicar
varios trabajos con descripciones detalladas de cientos de especies. Una
importante y reconocida labor como taxonomista. Por el contrario, sus primeras
novelas fueron rechazadas por las editoriales. Cara y cruz. (Continuará)
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