Setiembre: el final

Aquí, en nuestro sur patrio (escribo desde Sevilla), sabemos que  el largo y árido verano marca el final de un periodo. Un final que a pesar de ser único para todos, provoca en cada uno de nosotros sensaciones bien diferentes.

Sabido es que cada uno es cada cual y sus circunstancias.

Para algunos el recuerdo de niños jugando en la arena de un playa, la excursión a aquel monte, la pandilla, el ligue inesperado, la noche loca, y lo dejo aquí, para algunos les decía, esos recuerdos del pasado veraniego les llenan de nostalgia.

Un final nostálgico porque hay veces, a todos nos ha pasado, que quisiéramos que todo el año fuera un eterno verano sin obligaciones. Pero sabemos que esto no es así. Que no puede ser así.

Que es el retorno y el encuentro con la realidad del presente, paradójicamente, el que le otorga al pasado su auténtico valor. Sin duda en el contraste está el secreto de la felicidad.

Sin contar por supuesto con que, no siempre, el recuerdo de lo vivido durante el estío nos llena de nostalgia.

Hay veces, por qué no decirlo, y a todos nos ha pasado también, que el recuerdo del pasado produce en nosotros una sensación de alivio. De respiro por haber superado ciertos sucedidos no agradables para nosotros o los nuestros.

Ya sabe que la alegría va por barrios; como las penas.

Pero no todos somos así. Para otros tantos el final del verano, materializado en el mes de setiembre, no supone el final de un periodo. No. Para ellos más bien es un mes de tránsito, incluso de vacaciones o de su prolongación.

Claro que también hay quienes no ven en este mes ni un final, ni una transición, sino un principio.

El comienzo de una nueva etapa donde todo puede ser posible. Por eso ellos no experimentan ni nostalgia ni alivio. Su sensación frente al choque con la realidad es de ilusión.

Setiembre o el principio.