Aunque nos
parezca que, por la frecuencia con la que lo hacen, se trata de una tarea simple,
lo cierto es que los mosquitos han necesitado de hasta tres mecanismos evolutivos a lo largo de su existencia para ello.
El primero de
ellos es su larga y afilada trompa,
que clavan en nuestra piel hasta llegar a algún pequeño vaso sanguíneo. Una operación que necesita de una segunda
herramienta.
Unas mandíbulas
constituidas por estiletes cortantes,
que están situados al final de esta trompa picadora, y que facilitan la labor
de perforación de la piel. Con trompa y estiletes ya se cumplen las condiciones
necesarias para poder extraer la sangre, con la que alimentar a sus huevos.
Sin embargo no
lo hará, ya que no son suficientes. Antes es preciso que dé un paso evolutivo más.
La tercera adaptación biológica.
Antes de empezar
a chuparnos la sangre, el mosquito introduce en nuestro torrente sanguíneo su
propia saliva. En ella va disuelta
un poderoso anticoagulante. Una
sustancia que consigue un doble objetivo.
Uno, el
pretendido por el mosquito. Extraer la cantidad de sangre que necesita, sin que
ésta se coagule en su trompa. Obviamente si esto sucediese, no la podría
extraer.
El mecanismo
causante es conocido. El anticoagulante es una sustancia química que evita que
nuestras plaquetas se agrupen y
formen coágulos.
El otro
objetivo, en realidad, se puede considerar, más bien, un daño colateral para
nosotros, las víctimas.
Debido a que
nuestro sistema inmunológico
reacciona frente al anticoagulante, al considerarlo un componente extraño a
nuestro cuerpo, dicha reacción nos ocasiona un importante inconveniente.
Que no es otro,
ya se lo habrá imaginado, que la inflamación y picazón que sufrimos después de
cada picadura. Algo muy molesto y doloroso que nos lleva al siguiente tópico
mosquitita:
¿Qué se puede
hacer para que no nos piquen?
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