(Continuación) En el otoño de
1983, un casi octogenario Severo Ochoa (1905-1993)
acudió a Sevilla, invitado por la Universidad para dar una conferencia, en el
marco de un congreso que se celebraba en la hispalense.
Una conferencia a la que acudió
el torero sevillano Manolo Vázquez (1930-2005),
que fechas antes había protagonizado, con éxito clamoroso, la que sería su
retirada definitiva de los ruedos.
Según cuentan, cuando regresó a
su casa su mujer, Remedios, le preguntó: “¿Qué tal la conferencia?”. “Bien. Me
ha gustado mucho. Ha hablado de sus experiencias investigadoras”.
Por lo que se ve, al maestro, lo
que oyó esa tarde le hizo pensar toda la noche. Tanto que por la mañana, nada
más levantarse le dijo a su mujer: “Remedios, me voy a ver a don Severo”. “¿Pero
te conoce?” le contestó ella.
A lo que el torero contestó: “No.
Pero tampoco me conocen algunos de los que vienen a felicitarme después de una
corrida. Y no les importa”.
Dicho lo cual se marchó para el
hotel Alfonso XIII, que era donde estaba hospedado el científico.
‑ No soy aficionado, pero en
cierta ocasión le vi una buena faena.
- ¿Qué desea?
‑ Pues, mire, ayer estuve
escuchando su conferencia.
‑ Se aburriría...
‑ Todo lo contrario. No he
dormido en toda la noche.
‑ Bueno, hasta que me marche,
cuénteme...
‑ Mire, he llegado a la
conclusión de que soy investigador como usted.
Según cuenta el matador se
produjo un silencio, eterno para él, mientras el Nobel le escudriñaba con la
mirada. Dice que llegó a pensar que lo tomaba por loco.
- ¿Usted investigador?
‑ Sí señor, investigador. Lo soy
porque, cada vez que sale un toro por el chiquero, tengo que adivinar sus
reacciones y comportamientos.
De nuevo se quedó pensativo el
científico hasta que le respondió:
‑Sí señor. Científico y de los
buenos. Porque usted tiene que solucionar los problemas en el ruedo, sobre la
marcha. Mientras yo, valiéndome de fórmulas, tengo años para despejar los míos.
Y además...
‑ ¡Diga, don Severo!
- Ustedes los toreros son
científicos que, encima, se juegan la vida.
Éste es el segundo vínculo con
la ciudad. Ya ven, un Ochoa en una vital senectud. (Continuará)
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