martes, 30 de agosto de 2011

Científico y torero


(Continuación) En el otoño de 1983, un casi octogenario Severo Ochoa (1905-1993) acudió a Sevilla, invitado por la Universidad para dar una conferencia, en el marco de un congreso que se celebraba en la hispalense.
Una conferencia a la que acudió el torero sevillano Manolo Vázquez (1930-2005), que fechas antes había protagonizado, con éxito clamoroso, la que sería su retirada definitiva de los ruedos.
Según cuentan, cuando regresó a su casa su mujer, Remedios, le preguntó: “¿Qué tal la conferencia?”. “Bien. Me ha gustado mucho. Ha hablado de sus experiencias investigadoras”.
Por lo que se ve, al maestro, lo que oyó esa tarde le hizo pensar toda la noche. Tanto que por la mañana, nada más levantarse le dijo a su mujer: “Remedios, me voy a ver a don Severo”. “¿Pero te conoce?” le contestó ella.
A lo que el torero contestó: “No. Pero tampoco me conocen algunos de los que vienen a felicitarme después de una corrida. Y no les importa”.
Dicho lo cual se marchó para el hotel Alfonso XIII, que era donde estaba hospedado el científico.
Tuvo suerte porque, cuando se acercó a recepción para preguntar por don Severo, le dijeron que estaba a punto de bajar en el ascensor. Y allí le esperó. Nada más verlo, el científico se quedó mirándolo, como pensando que le resultaba conocida la cara. El diálogo entre ambos genios pudo transcurrir más o menos así:
- Don Severo, Manolo Vázquez.
‑ No soy aficionado, pero en cierta ocasión le vi una buena faena.
- ¿Qué desea?
‑ Pues, mire, ayer estuve escuchando su conferencia.
‑ Se aburriría...
‑ Todo lo contrario. No he dormido en toda la noche.
‑ Bueno, hasta que me marche, cuénteme...
‑ Mire, he llegado a la conclusión de que soy investigador como usted.
Según cuenta el matador se produjo un silencio, eterno para él, mientras el Nobel le escudriñaba con la mirada. Dice que llegó a pensar que lo tomaba por loco.
Más se equivocaba. Porque don Severo le miró a los ojos y le inquirió:
- ¿Usted investigador?  
‑ Sí señor, investigador. Lo soy porque, cada vez que sale un toro por el chiquero, tengo que adivinar sus reacciones y comportamientos.
De nuevo se quedó pensativo el científico hasta que le respondió:
‑Sí señor. Científico y de los buenos. Porque usted tiene que solucionar los problemas en el ruedo, sobre la marcha. Mientras yo, valiéndome de fórmulas, tengo años para despejar los míos. Y además...
‑ ¡Diga, don Severo!  
- Ustedes los toreros son científicos que, encima, se juegan la vida.
Éste es el segundo vínculo con la ciudad. Ya ven, un Ochoa en una vital senectud. (Continuará)

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