(Continuación) Los resultados obtenidos no solo demostraron que los petirrojos usan los ojos para orientarse en sus migraciones por el campo magnético terrestre.
Sino que es una región del cerebro llamada cúmulo N, conectada a los centros visuales, la responsable de la sensibilidad magnética de esas aves.
Sino que es una región del cerebro llamada cúmulo N, conectada a los centros visuales, la responsable de la sensibilidad magnética de esas aves.
Una muestra más de la complejidad evolutiva.
A propósito de la debilidad del campo magnético
Les he hablado más arriba, de forma cualitativa, de la gran sensibilidad de la brújula del petirrojo. Pues bien. Ahora les doy un dato cuantitativo.
El valor del campo magnético terrestre que detectan los animales es del orden de cuarenta millonésimas de tesla, o lo que es lo mismo 40 microtesla (40 T). Una intensidad de campo muy pequeña.
La intensidad de los escáner para imágenes de resonancia magnética (MRI) que utilizamos en nuestros centros médicos, oscilan entre 1,5 y 3 T. Es decir son millones de veces más intenso.
Un valor que, desde determinado punto de vista, puede ser un problema para muchos animales. Se trata de un detalle preocupante.
Ocurre que los cables de la electricidad pública, así como muchos de nuestros aparatos eléctricos, generan un campo magnético que iguala o supera al propio del planeta.
Lo que puede provocar una cierta confusión o caos en la orientación de muchos animales migratorios que lo utilizan. Habrá que ser cuidadoso por tanto.
Pero no siempre es el hombre el causante. También la naturaleza pone a prueba a sus hijos. A título de anécdota les cuento que, en el último cuarto del pasado siglo XX, se descubrió un hecho sorprendente.
Siempre que las aves migratorias pasaban por Norberg, en Noruega, se comportaban de una forma extraña. Su vuelo se hacía caótico y muchas de ellas, incluso, realizaban aterrizajes sin motivo aparente.
La razón no tardó en encontrarse. Un enorme depósito de hierro ferromagnético, de doce kilómetros de ancho por dos de hondo, producía un campo magnético muy superior al terrestre, deformándolo y desorientando a las aves.
La razón no tardó en encontrarse. Un enorme depósito de hierro ferromagnético, de doce kilómetros de ancho por dos de hondo, producía un campo magnético muy superior al terrestre, deformándolo y desorientando a las aves.
Y ya que hablamos de magnetismo, aprovecho la circunstancia para dar respuesta a una pregunta que me llegó al blog hace unos días: ¿Es verdad lo del niño magnético?
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