Como el de otros planetas, el descubrimiento de Plutón no fue debido a un golpe de fortuna. De hecho, en principio éste no tuvo nada que ver con la casualidad o serendipia.
No fue una serendipia científica, sino unas aparentes perturbaciones que se observaron en las órbitas de los planetas más externos -por aquel entonces, Urano y Neptuno-, los que pusieron a los astrónomos en la pista de su existencia.
Digo aparentes porque las perturbaciones eran tan pequeñas, que hacían dudar de que realmente fueran ciertas. Y lo cierto es que entre los astrónomos, la opinión más generalizada era que se trataba de un error.
Un error al que no había que prestar atención.
El problema estaba en que si no era así, y las perturbaciones existían, entonces éstas no tendrían explicación dentro de la, hasta ese momento, infalible Teoría de Gravitación Universal de Isaac Newton.
O sí. Siempre que existiera un noveno planeta más allá de Neptuno.
Uno del que se pensaba podía tener una masa similar a la de la Tierra, y cuya atracción gravitatoria no se hubiese tenido en cuenta a la hora de explicar los movimientos de Urano y Neptuno.
El poder de la predicción teórica
Mas, por lo que se ve, el único que se tomó en serio esta idea fue el científico estadounidense Percival Lowell (1855-1916), quien en 1900 determinó, por cálculos gravitatorios, dónde debía estar dicho planeta y cuales debían ser sus características físicas.
Aquellas que justificarían las discrepancias observadas en Urano y Neptuno.
Aquellas que justificarían las discrepancias observadas en Urano y Neptuno.
Una tarea teórica que no resultó especialmente difícil. Claro que otra cosa fue encontrarlo de forma experimental.
El planeta estaba tan lejos, que resultaba extremadamente difícil detectar su luz entre las miles de luces del espacio. Un problema tecnológico y, por tanto, de tiempo.
De hecho Lowell murió en 1916 y aún no se le había encontrado. Pero su laboratorio perseveró en la búsqueda y, tras unos años, uno de sus discípulos, Clyde William Tombaugh, lo localizó el 13 de marzo de 1930.
Sin la predicción teórica de su existencia, probablemente, Plutón no hubiera llegado ni siquiera a descubrirse nunca. Tan pequeño es su tamaño y tan lejana y excéntrica es su órbita.
Una buena prueba por tanto de que, en muchas ocasiones, la teoría va por delante de la práctica. Sin embargo…
Me gusta como escribe y explica las cosas
ResponderEliminarBueno, quien dice "nunca" también puede decir "un tanto más tarde"...
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