Como es sabido la Luna, en su movimiento alrededor de la Tierra, describe una órbita elíptica cuyas posiciones extremas son conocidas con los nombres de perigeo, la más próxima, y apogeo, la más alejada de la Tierra.
Unas posiciones que varían debido a que nuestro satélite no se mueve en el plano de la eclíptica como la Tierra, sino con una inclinación de unos 5º respecto a ésta. Es decir, que con cada rotación que da la Luna, los valores de estas distancias cambian.
Precisamente, el perigeo lunar de este fin de semana pasada ha sido el más próximo en los últimos 18 años, en concreto desde marzo de 1993. Se estima que la Luna estuvo a tan solo 356 577 km de nosotros. Unos 30 000 km más cercana de lo habitual.
Una proximidad que por supuesto, tiene influencias de naturaleza gravitatoria sobre el planeta y que se producen una vez al mes, que es lo que tarda en reproducirse el perigeo lunar.
Entre los efectos asociados a la gravedad lunar cabe citar un leve (1%) incremento de las actividades tectónica, sísmica y volcánica y cambios cuantitativos en las mareas.
Por supuesto que esta proximidad tiene otro efecto, éste geométrico: hace que la veamos un poco más grande. Se estima que del orden de un 14% más grande.
Un aumento que, en realidad, pasaría desapercibido para la mayoría de las personas que la miraran, si no están avisadas.
Quede claro que no es que la Luna aumente su tamaño, no es que nuestro satélite crezca. Sino que está algo más cerca. Y de ahí que la apreciemos de mayor tamaño.
Por lo comentado hasta ahora, habrán podido apreciar que se trata de un fenómeno, el del perigeo lunar, que resulta poco espectacular y casi inapreciable para la mayoría de los mortales. Lo que hace que nos pase desapercibido.
Lo que no ocurre con el siguiente de los fenómenos astronómicos, el plenilunio o fase de Luna llena.
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