"Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor,…” como dice el romance, les hablaba yo de las partículas denominadas quarks y les adelantaba que la razón de llamarse así tenía su pequeña historia.
Bueno pues en este recién estrenado mes de diciembre lo voy a hacer. El sucedido comienza así.
Resulta que cuando a mediados del siglo XX, los físicos encontraron una de las partículas elementales que componen nuestra materia, y se plantearon cómo llamarla, lo que son las cosas, no terminaban de ponerse de acuerdo.
No coincidían en qué nombre ponerle. Estas cosas pasan. Puede parecerles que no es así, pero les aseguro que no es un asunto menor, éste de poner nombres, también, en ciencia. Pero a lo que vamos.
Tras muchos dimes y diretes, al final fue el genial Premio Nobel en Física de 1969, el físico estadounidense Murray Gell-Mann (1929), quien encontró el nombre adecuado.
Lo halló en la lectura de una de las más incomprensibles novelas, del ya de por sí incomprensible escritor irlandés James Joyce.
En concreto la que lleva por título Finnegans Wake (El despertar de Finnegan).
En concreto la que lleva por título Finnegans Wake (El despertar de Finnegan).
Un texto por el que, durante un tiempo, tuve un especial interés. Y he de confesarles que, en más de una ocasión (y de dos) intenté su lectura.
Lo hojeé y lo ojeé. Una y otra vez. Pues nada. Nunca pude pasar de ahí. Jamás lo acabé.
Lo hojeé y lo ojeé. Una y otra vez. Pues nada. Nunca pude pasar de ahí. Jamás lo acabé.
¡Señor, qué libro! ¡Qué tormento su lectura! Es el tipo de libro ante el que uno se pregunta, ¿quién lo leerá?
Por cierto, mi interés por el libro de marras era científico. Ya se lo habrán imaginado.
El quark y ‘Finnegans Wake’
Como les decía el libro había interesado al físico Gell-Mann quien en su lectura, él sí parece que lo consiguiera, encontró una enigmática frase:
“Three quarks for Muster Mark!” (¡Tres quarks para Muster Mark!),
referida a un personaje que siempre procuraba no ser visto ni conocido.
“Three quarks for Muster Mark!” (¡Tres quarks para Muster Mark!),
referida a un personaje que siempre procuraba no ser visto ni conocido.
Un comportamiento algo parecido a lo que ocurría en el laboratorio, con la recién encontrada partícula, que se mostraba esquiva a su estudio.
El caso es que la sonoridad de la palabra, análoga a la idea que buscaba, y el hecho de que fueran tres, como sus partículas, fueron circunstancias determinantes.
Gell-Mann no dudó en denominar "quarks" a dichas partículas.
Gell-Mann no dudó en denominar "quarks" a dichas partículas.
Un término que apareció escrito, por primera vez, en un artículo suyo de Physics Letters, a principios de 1964.
Visto así, puede que tengan razón quienes piensan que el quark es un puente, otro más, entre esos dos aislados continentes culturales, que son las Ciencias y las Artes.
Puede que este neologismo científico del siglo XX, tenga la virtud de conjugar un enigmático referente literario con un nuevo modelo científico de la materia. Puede, aunque habrá que verlo. De todos modos estas cosas pasan también.
Pero ésta es tan sólo la razón de su nombre. Más importante parece que sea, la razón de su existencia.
La razón del quark
Aunque el origen de su nombre aparece en 1964, su razón de ser se remonta a una década antes.
Justo cuando la sencillez presidía el modelo que la ciencia tenía para la materia.
Justo cuando la sencillez presidía el modelo que la ciencia tenía para la materia.
Una materia que, en 1930, se consideraba constituidas por tres partículas fundamentales, a saber: protón, neutrón y electrón.
Y de las que el desarrollo de potentes aceleradores de partículas, en la década de los cincuenta y sesenta, permitió saber que tan solo la última de ellas, era también partícula elemental. Es decir que no estaba compuesta de ninguna otra.
Una sorpresa incómoda, pues no aparecieron ni una ni dos. En algo más de una docena de años los físicos llegaron a conocer más de trescientas (300). Un mal asunto para la siempre deseable sencillez científica.
Una diversidad, sorprendente y desbordante, que planteaba no solo nuevos retos teóricos sino, también, un problema de lenguaje: cómo denominar a tantos nuevos elementos de la naturaleza.
Una tarea que, el Génesis nos dice, persigue al hombre desde los tiempos de nuestro padre Adán.
Todo apunta a que su primer trabajo fue el de dar nombre a los pobladores del paraíso ¡Que´trabajos nos manda el Señor!
Todo apunta a que su primer trabajo fue el de dar nombre a los pobladores del paraíso ¡Que´trabajos nos manda el Señor!
Ya lo ven. Es como si una realidad estuviera incompleta al estar innominada. En fin. Pero volvamos a lo nuestro. (Continuará)
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