Con tal expresión la historia de la ciencia se suele referir a una historia atribuida al filósofo francés Jean Buridan.
Una atribución sin mucho fundamento, ésa es la verdad. De hecho nunca se ha llegado a encontrar dicho relato entre los escritos del escolástico.
Más bien parece que sea el reverdecimiento de una historia antigua que, para burlarse de él, tramaran sus enemigos.
Porque lo cierto es que nuestro hombre, nunca tuvo habilidad para granjearse las simpatías de sus contemporáneos. Esa es la verdad.
Buridan se había especializado en enunciar problemas de todo tipo, pero de esos para los que nunca había solución. De los que siempre se quedaban en la duda. Una duda de la que, por más que te empeñaras, no se lograba salir.
Como ven, hasta cierto punto, es comprensible el cabreo de sus coetáneos.
Entre otras ideas metafísicas sostenía que no se podía tomar una decisión, cuando los motivos que nos debían llevar a tal elección eran iguales pero de sentidos opuestos.
Y en un supuesto intento de ejemplificación, es cuando nace la historia del asno de Buridan.
Y en esas estaba, cuando encontró un pesebre con avena y, a su lado, un recipiente con agua (en otra versión son dos pacas de paja, lo que no hace a los intereses de la historia).
El caso es que el asno se paró y ante ellos no supo que hacer primero, si comer o beber.
Y al no encontrar una mejor razón para preferir una cosa u otra, la duda permanente le llevó a la muerte.
Fue la indecisión eterna del asinus, la que le retuvo en la quietud de su vacilación y le hizo morir mansamente. La no resolución de su conflicto, la sed y el hambre, mató literalmente al asno.
Una idea que le deja a uno, a qué negarlo, primero, algo más que confuso y, después, otro tanto de preocupado. Sí, preocupado.
Porque si bien el ejemplo del asno que muere de hambre por indecisión, nos puede resultar inverosímil por extremista e irracional, hay otros casos en los que no sucede así.
¿Quién no ha vivido una situación en la que, ante la posibilidad de realizar sólo la tarea más urgente y, enfrentado ante varias de ellas, su propia deliberación acerca de cuál es la tarea prioritaria no le ha hecho perder un tiempo valiosísimo?
A que sí ¿Lo ven?
No es una situación tan extrema en sus resultados, pero es racional y además real. Por tanto preocupante.
Por no hablarles de alguna otra ligada a los sentimientos. En concreto al amor. Seguro que conoce a alguien que en alguna época de su vida, ha estado enamorado de dos personas a la vez y no sabía por cuál decidirse.
Quizás usted mismo sea esa persona. Pues bien.
¿Pudiera ser que, al amarlas con la misma fuerza, las perdiera a ambas por culpa de su indecisión? Por supuesto que sí. Lo ven. Como el asno.
Claro que también pudiera ser que no. Y que las conserve a ambas. Yo esto lo sé por Antonio Machín. Lo cantaba en un bolero Corazón loco:
Una atribución sin mucho fundamento, ésa es la verdad. De hecho nunca se ha llegado a encontrar dicho relato entre los escritos del escolástico.
Más bien parece que sea el reverdecimiento de una historia antigua que, para burlarse de él, tramaran sus enemigos.
Porque lo cierto es que nuestro hombre, nunca tuvo habilidad para granjearse las simpatías de sus contemporáneos. Esa es la verdad.
Buridan se había especializado en enunciar problemas de todo tipo, pero de esos para los que nunca había solución. De los que siempre se quedaban en la duda. Una duda de la que, por más que te empeñaras, no se lograba salir.
Como ven, hasta cierto punto, es comprensible el cabreo de sus coetáneos.
Entre otras ideas metafísicas sostenía que no se podía tomar una decisión, cuando los motivos que nos debían llevar a tal elección eran iguales pero de sentidos opuestos.
Y en un supuesto intento de ejemplificación, es cuando nace la historia del asno de Buridan.
¿Qué dice la historia?
Trata de un asno que, mientras caminaba, cavilaba sobre si tenía más hambre que sed.Y en esas estaba, cuando encontró un pesebre con avena y, a su lado, un recipiente con agua (en otra versión son dos pacas de paja, lo que no hace a los intereses de la historia).
El caso es que el asno se paró y ante ellos no supo que hacer primero, si comer o beber.
Y al no encontrar una mejor razón para preferir una cosa u otra, la duda permanente le llevó a la muerte.
Fue la indecisión eterna del asinus, la que le retuvo en la quietud de su vacilación y le hizo morir mansamente. La no resolución de su conflicto, la sed y el hambre, mató literalmente al asno.
Una idea que le deja a uno, a qué negarlo, primero, algo más que confuso y, después, otro tanto de preocupado. Sí, preocupado.
Porque si bien el ejemplo del asno que muere de hambre por indecisión, nos puede resultar inverosímil por extremista e irracional, hay otros casos en los que no sucede así.
¿Quién no ha vivido una situación en la que, ante la posibilidad de realizar sólo la tarea más urgente y, enfrentado ante varias de ellas, su propia deliberación acerca de cuál es la tarea prioritaria no le ha hecho perder un tiempo valiosísimo?
A que sí ¿Lo ven?
No es una situación tan extrema en sus resultados, pero es racional y además real. Por tanto preocupante.
Por no hablarles de alguna otra ligada a los sentimientos. En concreto al amor. Seguro que conoce a alguien que en alguna época de su vida, ha estado enamorado de dos personas a la vez y no sabía por cuál decidirse.
Quizás usted mismo sea esa persona. Pues bien.
¿Pudiera ser que, al amarlas con la misma fuerza, las perdiera a ambas por culpa de su indecisión? Por supuesto que sí. Lo ven. Como el asno.
Claro que también pudiera ser que no. Y que las conserve a ambas. Yo esto lo sé por Antonio Machín. Lo cantaba en un bolero Corazón loco:
y ahora puedes tú saber
cómo se pueden querer
dos mujeres a la vez
y no estar loco.
cómo se pueden querer
dos mujeres a la vez
y no estar loco.
Bueno pues éste es, en esencia, el paradójico experimento mental conocido como el asno de Buridan. Y por cierto.
¿Qué sabemos de Jean Buridan?
Jean Buridan (1300-1358), fue un reconocido filósofo escolástico francés, defensor del libre albedrío, discípulo de Guillermo de Occam y nominalista como él, aunque con diferente punto de vista.Una diferencia interpretativa que les llevó a enfrentarse filosóficamente en 1340. Un momento que está considerado como clave en el resurgimiento del escepticismo religioso en Europa. (Continuará)
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