Hace unas tardes estuve viendo la película El tercer hombre y, por supuesto, disfruté con ella.
Les supongo al tanto y sabrán que es un clásico. Si por la razón que fuere no la han visto, se la recomiendo.
Como les decía me lo pasé bien (a pesar de que es la cuarta vez, creo, que la veo), lo que es bueno.
Lo mejor es que la cosa no quedó ahí. Su visionado, además, me proporcionó un par de historias para contarles.
La que les quiero referir hoy empezó una tarde de 1898, en el hotel St. Pancras Station de Londres.
Tenía allí lugar una demostración del último modelo estadounidense de aparato de limpieza de vagones. En esencia era un generador de aire comprimido que, para limpiar el polvo, lo que hacía era proyectar aire por encima de las superficies a limpiar.
Para entendernos, una especie de gran escoba que empujaba el polvo a otro lado.
Y entre el público asistente se encontraba Herbert Cecil Booth, un afamado constructor de norias para parques de atracciones, que mientras la veía tuvo el germen de una idea.
Pensó que las cosas quedarían más limpias si la máquina, en vez de expirar aire lo aspiraba y con él al polvo.
Bastaba con que el aparato se utilizara al revés, es decir, absorbiendo, en vez de soplando.
Y funcionó, vaya si funcionó. Claro que también se le llenó la boca de polvo, lo que le hizo toser de forma estruendosa. Un daño colateral sin importancia.
Lo importante fue que la primera aspiradora había sido la boca de su inventor.
En 1901 patentaba su invento. La primera "barredora por succión", que pronto fue bautizada como "aspiradora de polvo".
Un invento bastante rudimentario, de grandes dimensiones y muy pesado.
Constaba de bomba, cámara de caldera, motor, largo tubo de succión… y todo montado en una carreta que era arrastrada por la calle, gracias a un tiro de caballos.
Es decir que era portátil pero engorrosa de manejar.
Necesitaba de dos empleados para su manejo y por supuesto no podía entrar en casi ninguna casa.
Aunque de forma rudimentaria, el progreso tecnológico llamaba ya a las puertas de nuestras casas, en los albores del siglo XX.
Y con rapidez se diseñaron y patentaron nuevos modelos, cada vez más ligeros y efectivos.
Pero el espaldarazo definitivo le vino al año siguiente y de un cliente muy especial.
Nada menos que de la Casa Real Inglesa.
Booth fue llamado para que limpiase con su máquina aspiradora la Abadía de Westminster, donde ese verano de 1902 iba a ser coronado Eduardo VII.
En concreto para que aspirase el polvo de la enorme alfombra que cubría su suelo. Todo un real encargo.
Fue el principio. A lo largo del tiempo este electrodoméstico ha tenido varios usos.
Durante la Primera Guerra Mundial se mandó llevar numerosas aspiradoras al Crystal Palace (una enorme construcción erigida en Londres para albergar la Gran Exposición de 1851), en cuyos suelos yacían los enfermos de tifus exantemático.
Una enfermedad que se extendía rápidamente y cuyo contagio los médicos asociaban al polvillo en suspensión.
Hasta quince aspiradoras trabajaron día y noche aspirando suelos, escaleras, paredes e, incluso, las vigas de los techos.
Se extrajeron un total de treinta y seis (36) camiones de polvo.
Como resultado la epidemia terminó. No se sabe si fue casualidad o hubo una relación causa-efecto.
Pero el caso es que este hecho contribuyó, de manera trascendental, al triunfo y reconocimiento de este nuevo invento.
Atrás quedaban para siempre las ingratas tareas de sacudir el polvo y de limpiar alfombras a mano.
Y por supuesto los antiguos trabajadores, que antes se habían dedicado al montaje de norias, se tuvieron que reciclar en operarios que utilizaban vistosos uniformes para el "servicio de aspiración".
Ahora lo llaman reconversión.
Les supongo al tanto y sabrán que es un clásico. Si por la razón que fuere no la han visto, se la recomiendo.
Como les decía me lo pasé bien (a pesar de que es la cuarta vez, creo, que la veo), lo que es bueno.
Lo mejor es que la cosa no quedó ahí. Su visionado, además, me proporcionó un par de historias para contarles.
La que les quiero referir hoy empezó una tarde de 1898, en el hotel St. Pancras Station de Londres.
Tenía allí lugar una demostración del último modelo estadounidense de aparato de limpieza de vagones. En esencia era un generador de aire comprimido que, para limpiar el polvo, lo que hacía era proyectar aire por encima de las superficies a limpiar.
Para entendernos, una especie de gran escoba que empujaba el polvo a otro lado.
Y entre el público asistente se encontraba Herbert Cecil Booth, un afamado constructor de norias para parques de atracciones, que mientras la veía tuvo el germen de una idea.
Pensó que las cosas quedarían más limpias si la máquina, en vez de expirar aire lo aspiraba y con él al polvo.
Bastaba con que el aparato se utilizara al revés, es decir, absorbiendo, en vez de soplando.
De la teoría a la práctica
Según contó, tras darle muchas vueltas al asunto, y estando en un restaurante, no se le ocurrió otra cosa que ponerse a aspirar con la boca el respaldo de una de las sillas.Y funcionó, vaya si funcionó. Claro que también se le llenó la boca de polvo, lo que le hizo toser de forma estruendosa. Un daño colateral sin importancia.
Lo importante fue que la primera aspiradora había sido la boca de su inventor.
En 1901 patentaba su invento. La primera "barredora por succión", que pronto fue bautizada como "aspiradora de polvo".
Un invento bastante rudimentario, de grandes dimensiones y muy pesado.
Constaba de bomba, cámara de caldera, motor, largo tubo de succión… y todo montado en una carreta que era arrastrada por la calle, gracias a un tiro de caballos.
Es decir que era portátil pero engorrosa de manejar.
Necesitaba de dos empleados para su manejo y por supuesto no podía entrar en casi ninguna casa.
Primeros clientes
Sus primeros clientes fueron los dueños de grandes locales públicos como hoteles, teatros y alguna que otra gran mansión. En muchos casos el "servicio de aspiración" se hacía introduciendo el largo tubo de succión por las ventanas.Aunque de forma rudimentaria, el progreso tecnológico llamaba ya a las puertas de nuestras casas, en los albores del siglo XX.
Y con rapidez se diseñaron y patentaron nuevos modelos, cada vez más ligeros y efectivos.
Pero el espaldarazo definitivo le vino al año siguiente y de un cliente muy especial.
Nada menos que de la Casa Real Inglesa.
Booth fue llamado para que limpiase con su máquina aspiradora la Abadía de Westminster, donde ese verano de 1902 iba a ser coronado Eduardo VII.
En concreto para que aspirase el polvo de la enorme alfombra que cubría su suelo. Todo un real encargo.
Fue el principio. A lo largo del tiempo este electrodoméstico ha tenido varios usos.
Durante la Primera Guerra Mundial se mandó llevar numerosas aspiradoras al Crystal Palace (una enorme construcción erigida en Londres para albergar la Gran Exposición de 1851), en cuyos suelos yacían los enfermos de tifus exantemático.
Una enfermedad que se extendía rápidamente y cuyo contagio los médicos asociaban al polvillo en suspensión.
Hasta quince aspiradoras trabajaron día y noche aspirando suelos, escaleras, paredes e, incluso, las vigas de los techos.
Se extrajeron un total de treinta y seis (36) camiones de polvo.
Como resultado la epidemia terminó. No se sabe si fue casualidad o hubo una relación causa-efecto.
Pero el caso es que este hecho contribuyó, de manera trascendental, al triunfo y reconocimiento de este nuevo invento.
Atrás quedaban para siempre las ingratas tareas de sacudir el polvo y de limpiar alfombras a mano.
Epílogo
¡Ah! Que no se me olvide. La gran noria que está en el Prater de Viena, y que se utilizó en la filmación de El tercer hombre, fue creación de nuestro hombre aspiradora, Booth.Y por supuesto los antiguos trabajadores, que antes se habían dedicado al montaje de norias, se tuvieron que reciclar en operarios que utilizaban vistosos uniformes para el "servicio de aspiración".
Ahora lo llaman reconversión.
¿Qué sabe acerca de una frase de la pelicula que habla de suiz y el reloj de cuco?
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