(Continuación) Aprovecho para desmentir una leyenda urbana muy extendida, que relaciona el invento del teflón con el desarrollo tecnológico que propició la carrera espacial.
Como ya sabemos, y aunque en efecto se usó en la capa externa de los trajes de los astronautas, el teflón ya había sido descubierto de forma serendípica por Roy J. Plunkett, mientras trabajaba para la empresa Du Pont en 1938.
Así que, como otras tantas, es falsa.
Y volviendo a esa característica fundamental de la antiadherencia. Si el teflón impide que nada se pegue a él, ¿cómo es que él se pega a la sartén?
Es una de esas preguntas recurrentes, como las del pez que se muerde la cola. Al pensarla caemos en la cuenta de que resultan ser, en principio, una paradoja de las denominadas de regresión infinita.
Como la de los dos espejos que colocados uno enfrente del otro, producen un sinfín de reflejos.
Algo en principio familiar y por tanto lógico.
La paradoja surge cuando queremos determinar, cuál de los dos espejos produce el último reflejo.
Cuándo acaban de reflejarse.
Para eso no hay respuesta. Es un problema conocido como “de bucle infinito”. Y no tiene solución.
En nuestro caso, el galimatías de “si nada se puede pega al teflón, ¿cómo es que él se adhiere a las sartenes?” tiene toda la pinta de ser lo mismo. Pero no es así.
Esta aparente paradoja de la naturaleza, puede que parezca ser una gran duda para la lógica y la metafísica, puede ser, pero sólo para ellas.
Para la ciencia no lo es. En absoluto. Aunque en un principio así lo parezca. Ya hemos tratado otro caso parecido.
El de “¿qué fue antes, el huevo o la gallina?”. Y como en ése, la explicación está en nuestras manos.
Si lo que provoca que el teflón sea adherente son estos átomos de flúor que lo envuelven, basta con que eliminemos dichos átomos de una de sus caras, para que sobre ellas podamos pegar lo que sea.
Cualquier cosa. Por ejemplo el fondo y las paredes laterales de nuestras ollas, sartenes y cacerolas.
Sin los átomos de flúor cualquier material puede reaccionar con él. Como se suele decir “muerto el perro se acabó la rabia”.
Lo que plantea una nueva pregunta.
El método de sintetización consiste en elevar la temperatura del teflón hasta unos 400 ºC e imprimirlo a presión en la superficie que nos interese.
Una vez enfriado ya forma parte de dicha superficie. Es parecido a un proceso de fundición.
Si bien resulta sencillo y económico, este método presenta un inconveniente.
Con el tiempo y el uso, el teflón tiende a separarse de la sartén. Lo que obliga a cambiarla antes de lo pensado. Una contrariedad.
El segundo método del que les hablaba es el de bombardeo, que resulta ser más complejo, caro y seguro. Y hay que realizarlo en dos etapas.
En la primera se eliminan los átomos de flúor de la cara del teflón que queremos pegar a la sartén u olla. No olvidemos que ellos son los que impiden que ningún material se pueda agregar.
La forma de desprenderlos es bombardeando la cara en cuestión con iones, en el seno de un campo eléctrico y en el mayor vacío posible.
Una vez arrancados esos átomos, en la segunda etapa, podemos modificar esa cara añadiéndole cualquier otro material que favorezca la adición, como por ejemplo, oxígeno O2.
Así es como se unen sartén y teflón.
Esta segunda opción es la que da mejores resultados. Por lo que es el más utilizado. Y hasta aquí (por ahora) la historia de las sartenes de teflón.
Como ya sabemos, y aunque en efecto se usó en la capa externa de los trajes de los astronautas, el teflón ya había sido descubierto de forma serendípica por Roy J. Plunkett, mientras trabajaba para la empresa Du Pont en 1938.
Así que, como otras tantas, es falsa.
Y volviendo a esa característica fundamental de la antiadherencia. Si el teflón impide que nada se pegue a él, ¿cómo es que él se pega a la sartén?
Es una de esas preguntas recurrentes, como las del pez que se muerde la cola. Al pensarla caemos en la cuenta de que resultan ser, en principio, una paradoja de las denominadas de regresión infinita.
Como la de los dos espejos que colocados uno enfrente del otro, producen un sinfín de reflejos.
Algo en principio familiar y por tanto lógico.
La paradoja surge cuando queremos determinar, cuál de los dos espejos produce el último reflejo.
Cuándo acaban de reflejarse.
Para eso no hay respuesta. Es un problema conocido como “de bucle infinito”. Y no tiene solución.
En nuestro caso, el galimatías de “si nada se puede pega al teflón, ¿cómo es que él se adhiere a las sartenes?” tiene toda la pinta de ser lo mismo. Pero no es así.
Esta aparente paradoja de la naturaleza, puede que parezca ser una gran duda para la lógica y la metafísica, puede ser, pero sólo para ellas.
Para la ciencia no lo es. En absoluto. Aunque en un principio así lo parezca. Ya hemos tratado otro caso parecido.
El de “¿qué fue antes, el huevo o la gallina?”. Y como en ése, la explicación está en nuestras manos.
Si lo que provoca que el teflón sea adherente son estos átomos de flúor que lo envuelven, basta con que eliminemos dichos átomos de una de sus caras, para que sobre ellas podamos pegar lo que sea.
Cualquier cosa. Por ejemplo el fondo y las paredes laterales de nuestras ollas, sartenes y cacerolas.
Sin los átomos de flúor cualquier material puede reaccionar con él. Como se suele decir “muerto el perro se acabó la rabia”.
Lo que plantea una nueva pregunta.
¿Cómo se pega el teflón a las sartenes?
En la actualidad para el recubrimiento de ollas y sartenes con teflón, se utilizan dos técnicas diferentes: por sintetización y por bombardeo.El método de sintetización consiste en elevar la temperatura del teflón hasta unos 400 ºC e imprimirlo a presión en la superficie que nos interese.
Una vez enfriado ya forma parte de dicha superficie. Es parecido a un proceso de fundición.
Si bien resulta sencillo y económico, este método presenta un inconveniente.
Con el tiempo y el uso, el teflón tiende a separarse de la sartén. Lo que obliga a cambiarla antes de lo pensado. Una contrariedad.
El segundo método del que les hablaba es el de bombardeo, que resulta ser más complejo, caro y seguro. Y hay que realizarlo en dos etapas.
En la primera se eliminan los átomos de flúor de la cara del teflón que queremos pegar a la sartén u olla. No olvidemos que ellos son los que impiden que ningún material se pueda agregar.
La forma de desprenderlos es bombardeando la cara en cuestión con iones, en el seno de un campo eléctrico y en el mayor vacío posible.
Una vez arrancados esos átomos, en la segunda etapa, podemos modificar esa cara añadiéndole cualquier otro material que favorezca la adición, como por ejemplo, oxígeno O2.
Así es como se unen sartén y teflón.
Esta segunda opción es la que da mejores resultados. Por lo que es el más utilizado. Y hasta aquí (por ahora) la historia de las sartenes de teflón.
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