(Continuación). Para superar estos problemas la comunidad científica ha propuesto varias posibles vías, con diferentes grados de aceptación.
Una de ellas tiene doble naturaleza: mecánica y química. Está basada en el análisis realizado a unas esferas casi perfectas de cristal de silicio Si (s).
Y por los resultados obtenidos se piensa que sería posible contar el número de átomos que contendría un kilogramo de esta sustancia química.
Una operación que nos proporcionaría nuevo estándar para el kilogramo, y que realizaría el físico alemán Arnold Nicolaus. Lo que sería una buena alternativa también absoluta al estar fundamentada en el número de Avogadro (NA).
Pero otros científicos no piensan igual. Ven la solución en un método también de doble naturaleza, sólo que en este caso gravitatoria y electromagnética. La han llamado la balanza de Watt. En este caso el carácter absoluto del proceso lo aporta la constante de Planck (h).
Empíricamente, la balanza determinaría la energía necesaria para generar una fuerza electromagnética, capaz de equilibrar la atracción gravitatoria de un objeto de un kilogramo de masa.
Otro nuevo estándar para el kilogramo, al frente de cuya determinación estaría el físico estadounidense Richard Steiner.
Un método de muy alta sensibilidad, que podría detectar variaciones del orden de una diez millonésima de kilogramo, o sea 0,000 000 1 kg = 10-7 kg.
Ya veremos en qué quedan estas soluciones. Por ahora el viejo kilogramo resiste.
Es lo que le queda de vida activa a 'Le grand K', como unidad patrón de la magnitud masa. A partir de entonces dejará de serlo. Y ya podrá perder toda la masa que quiera. Se lo tendrá merecido. Pero, eso sí, el kilogramo dejará de pesar lo que pesaba. Ya no será útil.
Un hecho que, por supuesto, no deberá preocuparnos al común de los mortales, a la hora de ir a hacer la compra, pero que sí resultará significativo, inevitablemente, para los trabajos científicos técnicos.
A partir de este momento, es probable que el cilindro se convierta en un mito. Que acabe su historia y comience la leyenda.
También es excepcional en su nombre, kilogramo. Se trata de la única unidad que emplea un prefijo (kilo) en su denominación. Ninguna de las demás lo hacen (metro, amperio, segundo, mol, etcétera).
Y de su símbolo (kg) recordarles, lo que casi seguro saben.
Se escribe con minúscula (kg), al no proceder de nombre propio como el newton (N) que procede de Isaac Newton; es decir, no existió el señor Kilogramo.
No acaba en punto, ni en s de plural. Es decir que no es una abreviatura. Un símbolo científico no es una abreviatura ortográfica.
No lo debemos confundir con la K mayúscula del símbolo de la temperatura absoluta que se mide en kelvin. Es decir, que sí existió Lord Kelvin.
Una de ellas tiene doble naturaleza: mecánica y química. Está basada en el análisis realizado a unas esferas casi perfectas de cristal de silicio Si (s).
Y por los resultados obtenidos se piensa que sería posible contar el número de átomos que contendría un kilogramo de esta sustancia química.
Una operación que nos proporcionaría nuevo estándar para el kilogramo, y que realizaría el físico alemán Arnold Nicolaus. Lo que sería una buena alternativa también absoluta al estar fundamentada en el número de Avogadro (NA).
Pero otros científicos no piensan igual. Ven la solución en un método también de doble naturaleza, sólo que en este caso gravitatoria y electromagnética. La han llamado la balanza de Watt. En este caso el carácter absoluto del proceso lo aporta la constante de Planck (h).
Empíricamente, la balanza determinaría la energía necesaria para generar una fuerza electromagnética, capaz de equilibrar la atracción gravitatoria de un objeto de un kilogramo de masa.
Otro nuevo estándar para el kilogramo, al frente de cuya determinación estaría el físico estadounidense Richard Steiner.
Un método de muy alta sensibilidad, que podría detectar variaciones del orden de una diez millonésima de kilogramo, o sea 0,000 000 1 kg = 10-7 kg.
Ya veremos en qué quedan estas soluciones. Por ahora el viejo kilogramo resiste.
El viejo kilogramo que se nos va
Sea cual sea la solución que se adopte, una comisión internacional nombrada al efecto tomará la decisión de la nueva, y esperemos definitiva, redefinición de kilogramo antes de 2011.Es lo que le queda de vida activa a 'Le grand K', como unidad patrón de la magnitud masa. A partir de entonces dejará de serlo. Y ya podrá perder toda la masa que quiera. Se lo tendrá merecido. Pero, eso sí, el kilogramo dejará de pesar lo que pesaba. Ya no será útil.
Un hecho que, por supuesto, no deberá preocuparnos al común de los mortales, a la hora de ir a hacer la compra, pero que sí resultará significativo, inevitablemente, para los trabajos científicos técnicos.
A partir de este momento, es probable que el cilindro se convierta en un mito. Que acabe su historia y comience la leyenda.
Otras singularidades
La de ser la última unidad del SI, que todavía se define por un objeto patrón, y no por una característica física fundamental, no es la única singularidad de esta unidad. Les dejo con algunas.También es excepcional en su nombre, kilogramo. Se trata de la única unidad que emplea un prefijo (kilo) en su denominación. Ninguna de las demás lo hacen (metro, amperio, segundo, mol, etcétera).
Y de su símbolo (kg) recordarles, lo que casi seguro saben.
Se escribe con minúscula (kg), al no proceder de nombre propio como el newton (N) que procede de Isaac Newton; es decir, no existió el señor Kilogramo.
No acaba en punto, ni en s de plural. Es decir que no es una abreviatura. Un símbolo científico no es una abreviatura ortográfica.
No lo debemos confundir con la K mayúscula del símbolo de la temperatura absoluta que se mide en kelvin. Es decir, que sí existió Lord Kelvin.
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