(Continuación) Ya les he escrito que el músico fue un hombre de salud débil y que siempre padeció muchas y dolorosas enfermedades.
Una de ellas era un edema abdominal y se convierte en la base de la tercera hipótesis sobre su muerte: la de la cataplasma asesina.
Y por supuesto también estaba al tanto de que, la toxicidad del plomo contenido en el bálsamo del tratamiento no era, ni por asomo, suficiente para envenenar y mucho menos matar a una persona sana.
Lo que sí ignoraba el doctor eran dos hechos fundamentales. Uno. Que los componentes de la cataplasma podían ser absorbidos por el hígado. Y dos. Que Beethoven padecía, sin haber sido detectada, una cirrosis hepática, a la que no le venía nada bien el plomo. Es lo que hoy conocemos como un efecto secundario no deseado.
Según sus anotaciones, Wawruch le realizó hasta cuatro punciones con sus correspondientes cataplasmas, en unas fechas que coinciden con las de los picos de los análisis, en los cuales la concentración de plomo se elevó sobremanera.
Es decir, cada vez que le perforó el abdomen para tratar el edema, se producía un aumento de la concentración de plomo en el pelo. Blanca y en vasija. Leche fija.
Lo que sí es un hecho incontrovertible es que el maestro fue un hombre muy enfermo y durante muchos años, antes de su muerte en 1827, con tan sólo 57 años. Y que sin esas enfermedades hubiera podido vivir unos años más, a pesar del plomo. Como se suele decir, entre todos los mataron y él solo se murió.
Además le acompañaron varias orquestas y coros durante todo el recorrido, que no pararon de tocar. La marcha la presidían ocho sacerdotes y entre los asistentes, la presencia destacada del gran Schubert.
Como sabemos, Beethoven ya había estrenado su Novena Sinfonía antes de morir, aunque no la pudo oír. Su sordera ya no se lo permitía, si bien en ella, queda dicho, el plomo no tuvo nada que ver.
Y para acabar una curiosidad socio-económica. He leído recientemente que los cabellos a los que le hicieron el análisis de ADN, fueron comprados en una subasta de Sotheby’s en el año 1995, aunque se ignora lo que se pagó por ellos. El precio del saber.
Post data: Si se confirma que fueron las cataplasmas de plomo, podremos cerrar esta historia con el clásico latino: “Plaudite amici, comedia finita est”. Aplaudid amigos, la función ha acabado.
¿Cuántos enigmas históricos podrá ayudar a resolver el ADN? Está visto que el pasado empieza ahora, en el presente. Basta poner un CSI en ello y las técnicas adecuadas en su mano.
Claro que a veces, ni siquiera juntando los CSI de Miami, Las Vegas y New York se consigue. Y es que la ciencia la hacen los hombres. Qué quieren.
Una de ellas era un edema abdominal y se convierte en la base de la tercera hipótesis sobre su muerte: la de la cataplasma asesina.
La cataplasma asesina
Precisamente para aliviar los dolores que le producía el edema su médico, el doctor Wawruch, le solía perforar la cavidad abdominal que luego sellaba con una cataplasma de jabón de sales de plomo. Sabía que éste desinfecta, y tenía la ventaja de impedir que las bacterias anidaran en la herida o entrasen en el organismo.Y por supuesto también estaba al tanto de que, la toxicidad del plomo contenido en el bálsamo del tratamiento no era, ni por asomo, suficiente para envenenar y mucho menos matar a una persona sana.
Lo que sí ignoraba el doctor eran dos hechos fundamentales. Uno. Que los componentes de la cataplasma podían ser absorbidos por el hígado. Y dos. Que Beethoven padecía, sin haber sido detectada, una cirrosis hepática, a la que no le venía nada bien el plomo. Es lo que hoy conocemos como un efecto secundario no deseado.
Según sus anotaciones, Wawruch le realizó hasta cuatro punciones con sus correspondientes cataplasmas, en unas fechas que coinciden con las de los picos de los análisis, en los cuales la concentración de plomo se elevó sobremanera.
Es decir, cada vez que le perforó el abdomen para tratar el edema, se producía un aumento de la concentración de plomo en el pelo. Blanca y en vasija. Leche fija.
Conclusiones
Aunque quedan todavía resultados que analizar e interpretar, ésta hipótesis de la cataplasma asesina, se nos muestra como la respuesta más adecuada a la muerte del genio alemán. Pero no debemos descartar, por incontrovertibles, que surjan nuevas interpretaciones médicas. Ya saben, antes lo improbable que lo imposible.Lo que sí es un hecho incontrovertible es que el maestro fue un hombre muy enfermo y durante muchos años, antes de su muerte en 1827, con tan sólo 57 años. Y que sin esas enfermedades hubiera podido vivir unos años más, a pesar del plomo. Como se suele decir, entre todos los mataron y él solo se murió.
Curiosidades funerarias
El funeral se realizó el 29 de marzo de 1827 y discurrió de su casa a la iglesia de la Trinidad y de allí al cementerio de Währing. Se estima que una multitud de más de veinte mil personas lo acompañaron. Una cifra importante incluso hoy. E inimaginable en aquella época.Además le acompañaron varias orquestas y coros durante todo el recorrido, que no pararon de tocar. La marcha la presidían ocho sacerdotes y entre los asistentes, la presencia destacada del gran Schubert.
Como sabemos, Beethoven ya había estrenado su Novena Sinfonía antes de morir, aunque no la pudo oír. Su sordera ya no se lo permitía, si bien en ella, queda dicho, el plomo no tuvo nada que ver.
Y para acabar una curiosidad socio-económica. He leído recientemente que los cabellos a los que le hicieron el análisis de ADN, fueron comprados en una subasta de Sotheby’s en el año 1995, aunque se ignora lo que se pagó por ellos. El precio del saber.
Post data: Si se confirma que fueron las cataplasmas de plomo, podremos cerrar esta historia con el clásico latino: “Plaudite amici, comedia finita est”. Aplaudid amigos, la función ha acabado.
¿Cuántos enigmas históricos podrá ayudar a resolver el ADN? Está visto que el pasado empieza ahora, en el presente. Basta poner un CSI en ello y las técnicas adecuadas en su mano.
Claro que a veces, ni siquiera juntando los CSI de Miami, Las Vegas y New York se consigue. Y es que la ciencia la hacen los hombres. Qué quieren.
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