Tras lo comentado en la anterior entrada, pocos dudaran en decir que no tienen más sentido en esta vida que el de fastidiarnos con jota. Hacer que nos acordemos de ellas de vez en cuando. Y lo cierto es que no andan muy descaminados. Pero no siempre fue así.
En su día tuvieron mucha importancia para nuestra adaptación al ambiente y nos fueron muy útiles. Aumentaban la potencia masticatoria cuando aún no preparábamos los alimentos por cocción por ejemplo, y éstos estaban más duros.
Pero con el paso de miles de años de evolución, fueron modificándose muchos elementos y estas muelas dejaron de tener alguna utilidad. Pero no desaparecieron y como otros elementos ya citados en esta categoría, quedaron como meros vestigios de la evolución humana. Vestigios que en este caso causan más mal que bien. Y esto por dos motivos.
Sabemos que los terceros molares son una compañía inútil para la especie humana, desde hace casi dos millones de años. Lo sabemos porque de esa fecha datan restos de individuos, que ya tenían unas muelas de juicio de un tamaño muy reducido. Y en China se han hallado mandíbulas de un millón de años ya sin ellas.
Como vemos un proceso muy lento y doloroso porque nuestros maxilares, los huesos que forman la mandíbula, han ido disminuyendo de tamaño, pero hemos seguido conservando el mismo número de dientes, es decir, 32.
¡He ahí la jugarreta evolutiva! La evolución de los huesos no ha ido pareja a la de los dientes. Hoy día son la primera y la segunda muela las que soportan la tarea de la masticación. Pero con una contraprestación. A cambio la mandíbula es ahora más pequeña y nuestra masa cerebral mayor. Y si algo somos es cerebro.
El otro motivo es que las muelas del juicio pueden convertirse en un foco de infección que, sin tratamiento, puede suponer la imposibilidad de tener hijos e, incluso, significar la muerte. Y dado que en la naturaleza lo dañino, lo que estorba, termina por desaparecer, resulta sorprendente que el proceso evolutivo nos la haya eliminado antes.
Como sabemos, en la evolución, lo que cuenta son los descendientes que se puedan tener. Los hijos que puedan transmitir nuestros genes a las siguientes generaciones. Entonces, ¿cómo se explica su no eliminación?
Todo hace pensar que es debida a la intervención del propio hombre. Que son los odontólogos, con su cuidado de nuestra dentadura, los responsables de que las muelas del juicio no hayan desaparecido de nuestras vidas. De modo que si hay algún culpable son ellos.
Bueno, ellos y nosotros. Las últimas estadísticas dicen que sólo el 5% de la población cuenta con un juego sano de estos terceros molares. Mea culpa.
En su día tuvieron mucha importancia para nuestra adaptación al ambiente y nos fueron muy útiles. Aumentaban la potencia masticatoria cuando aún no preparábamos los alimentos por cocción por ejemplo, y éstos estaban más duros.
Pero con el paso de miles de años de evolución, fueron modificándose muchos elementos y estas muelas dejaron de tener alguna utilidad. Pero no desaparecieron y como otros elementos ya citados en esta categoría, quedaron como meros vestigios de la evolución humana. Vestigios que en este caso causan más mal que bien. Y esto por dos motivos.
Sabemos que los terceros molares son una compañía inútil para la especie humana, desde hace casi dos millones de años. Lo sabemos porque de esa fecha datan restos de individuos, que ya tenían unas muelas de juicio de un tamaño muy reducido. Y en China se han hallado mandíbulas de un millón de años ya sin ellas.
Como vemos un proceso muy lento y doloroso porque nuestros maxilares, los huesos que forman la mandíbula, han ido disminuyendo de tamaño, pero hemos seguido conservando el mismo número de dientes, es decir, 32.
¡He ahí la jugarreta evolutiva! La evolución de los huesos no ha ido pareja a la de los dientes. Hoy día son la primera y la segunda muela las que soportan la tarea de la masticación. Pero con una contraprestación. A cambio la mandíbula es ahora más pequeña y nuestra masa cerebral mayor. Y si algo somos es cerebro.
El otro motivo es que las muelas del juicio pueden convertirse en un foco de infección que, sin tratamiento, puede suponer la imposibilidad de tener hijos e, incluso, significar la muerte. Y dado que en la naturaleza lo dañino, lo que estorba, termina por desaparecer, resulta sorprendente que el proceso evolutivo nos la haya eliminado antes.
Como sabemos, en la evolución, lo que cuenta son los descendientes que se puedan tener. Los hijos que puedan transmitir nuestros genes a las siguientes generaciones. Entonces, ¿cómo se explica su no eliminación?
Todo hace pensar que es debida a la intervención del propio hombre. Que son los odontólogos, con su cuidado de nuestra dentadura, los responsables de que las muelas del juicio no hayan desaparecido de nuestras vidas. De modo que si hay algún culpable son ellos.
Bueno, ellos y nosotros. Las últimas estadísticas dicen que sólo el 5% de la población cuenta con un juego sano de estos terceros molares. Mea culpa.
Quiere decir que no se ha dejado a la naturaleza hacer su selección de individuos y por eso perduran esas muelas?
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