sábado, 27 de diciembre de 2008

¡Santa Claus existe!

Pues claro que sí. Santa Claus ha existido y existe. Y no son pocas las evidencias documentales que avalan su existencia. O al menos su leyenda.

Al parecer todo nace en las historias que, desde muy antiguo, se atribuían al obispo de la ciudad de Myra, Nicolás de Bari(270-345).

Un hombre santo que se distinguió por su generosidad con niños y pobres, a los que entregó todos sus bienes.

De la santidad a la leyenda: Un viaje de ida
Tanto creció su fama que en la Edad Media, la leyenda de, ya, San Nicolás estaba más que enraizada en Italia, Alemania y Holanda.


Precisamente fueron los holandeses los que, al crear la colonia de Nueva Ámsterdam -actual isla de Manhattan-, iniciaron el devoto culto en el Nuevo Mundo a quienes ellos llamaban “Sinter Klaas”. Fue un viaje de ida al Nuevo Continente. Como santo cristiano.

Pero aquello ya era América y tanto fervor religioso asociado a una imagen, era visto como algo pintoresco y, por tanto, motivo de ironía y burlas.

Fue el escritor Washington Irving (1783-1859) quien, en un libro de comienzos del siglo XIX, más sátira social hizo del personaje.

Convirtió al santo obispo en un viejo grueso, sonriente y generoso que, vestido con calzón, sombrero de alas y una pipa holandesa repartía juguetes a los niños.

Se los echaba por las chimeneas desde su trineo, llevado por un caballo volador. Y hasta aquí llega la leyenda. A partir de aquí la leyenda se convirtió en negocio.

De la leyenda al negocio: El viaje de vuelta
Y esto fue así porque el ridiculizado personaje gustó. Sobre todo a los ciudadanos de origen inglés, que lo incluyeron en sus celebraciones, transformando el “Sinter Klaas” holandés en el “Santa Claus” estadounidense. Le apodaban "el guardián de New York".

Y con el tiempo su aspecto fue cambiando hasta como lo conocemos en la actualidad. Grande, orondo, con pelo cano en la frondosa y sedosa barba, ancho cinturón, blanquirroja vestimenta, etcétera.

A su consolidación social contribuyó la idea, entonces naciente, de las tarjetas de felicitación con fines publicitarios y mercantiles.

Así perdió el personaje su naturaleza religiosa y se convirtió en icono cultural.

Dejó de ser el signo sacro de un credo y de una cultura determinada, para convertirse en un emblema de paz, solidaridad y prosperidad, válido para todos los credos y costumbres del mundo. Esas cosas las suele conseguir el dinero.

Y así fue como hizo su viaje de vuelta al Viejo Continente. Como muñeco universal.

Y de vuelta a la existencia, claro
Pero naturalmente una leyenda o su rentabilidad económica, no son pruebas de su auténtica existencia ¿O acaso existen el ratoncito Pérez, la Hada Madrina, el Yeti o el monstruo del lago Ness, que también tienen su leyenda e intereses? Pues no.

Además ya lo hemos comentado y la ciencia clásica niega la existencia, actual y auténtica, de Papa Noel. Entonces, ¿porqué afirmo ahora que Santa Claus existe?

Pues por la sencilla razón que la ciencia que niega su existencia es la clásica. La anterior al siglo XX. La asociada a los campos de conocimientos conocidos como Mecánica Newtoniana y Electromagnetismo.

Sin embargo los conocimientos han seguido avanzando y, la denominada ciencia moderna, la que se inicia en el siglo XX parece ofrecer una contraexplicación.

Que viene de la mano de científicos de la talla de Albert Einstein, Niels Bohr o Max Planck. Y lo hace desde dos de sus nuevos campos: la mecánica cuántica y la física relativista.

La una aplicable al mundo de lo muy pequeño o subatómico; la otra sólo válida en el mundo de lo muy rápido o casi lumínico. Pero con ellas juntas, el noélico reparto juguetero se podría hacer factible. Vean como.

De manos de la Cuántica
Por mecánica newtoniana, la ciencia clásica, se puede calcular, y con gran precisión, la masa del trineo y su velocidad a través del aire seco en su movimiento del este al oeste. Es decir, su momento lineal o cantidad de movimiento (p), una magnitud física que nuestros estudiantes de Bachillerato ven en la asignatura de Física de 2º.

Se puede determinar también, y con alta exactitud, su posición en el planeta, por ejemplo, sobre el hemisferio norte dado el caso que nos trae. Es otra magnitud motivo de estudio secundario.

En definitiva, esto que les digo, no es ni más ni menos que la esencia misma del conocido determinismo, que tan extraordinarios resultados dio en diferentes campos del saber humano: científico, filosófico, social, técnico, etcétera.

Pero he aquí que, según la ciencia moderna y en particular su conocido Principio de Indeterminación de Heisenberg de 1927, no se pueden conocer estas dos magnitudes, momento y posición, a la vez y con total precisión.

Se trata por un lado, de una limitación natural impuesta por el propio Universo, que no alcanzamos a comprender del todo. En este sentido el escritor Isaac Asimov nos lo dejó dicho: "El Universo está hecho así".

Y por otro lado se trata también de un prerrequisito teórico científico, al tratarse de dos magnitudes conjugadas. Un concepto, éste de la conjugación, en el que no entraremos pero, ¿ven por donde voy, verdad?

La mecánica cuántica nos postula que Santa Claus estaría como difuminado por toda la Tierra. De modo que no podemos saber con exactitud dónde está en cada momento. Es decir, que podría estar en todos los sitios a la vez, que es lo que necesita para llevar a cabo su ardua tarea.

Aquí tenemos por tanto un inicio cuántico explicativo de su diligente reparto navideño.

Y no es la única posibilidad explicativa, desde el punto de vista de la Física Moderna.

De manos de la Relatividad

La Teoría de la Relatividad Especial de Albert Einstein (1879-1955), publicada en 1905, también parece aportar pruebas de su factibilidad.

Una de sus consecuencias más conocidas es la famosa paradoja de los gemelos, motivada por la contracción que experimenta el tiempo cuando, por ejemplo, se viaja a altas velocidades próximas a la de la luz.

Y es que los relojes se atrasan tanto más, cuanto más deprisa se mueven o cuanto mayor es el campo gravitatorio al que están sometidos.

En otras palabras. A altas velocidades, a velocidades relativistas, el trineo navideño estaría llegando a su casa de usted con los regalos pedidos, antes incluso de haber salido a repartir el bueno de Papá Noel.

No me digan que no es interesante la propuesta relativista que les traigo. Una consecuencia teórica que, además, ha sido comprobada experimentalmente en distintas ocasiones. Vamos que es cierta sin lugar a dudas.

Luego no hay problemas de tiempo para repartir, ya que existiría lo que podemos llamar, de modo cinematográfico, un "regreso al futuro".

Bueno, pues entonces, científicamente hablando es cierto lo de Santa Claus, estará usted pensando ahora, no sin razón. Sin embargo...

Sin embargo, si yo fuera usted me lo pensaría al menos tres veces.

Una porque, ¿qué sabe usted de mí, como para fiarse de lo que le estoy diciendo, por muy cierto que le parezca?

Dos, ¿es ciencia cierta todo lo que les he contado? ¿O les he vendido pseudociencia?

Y tres, ¿está bien aplicada esta ciencia aun siendo cierta? ¿O le he dado un sesgo interesado?

Por si acaso es así o usted es de los que cree en Papá Noel, lo mejor es que se porte bien. No sea que no vuelva el año que viene. Yo, perdonen que se lo diga, no tengo ese problema.

Por edad soy de los Reyes Magos. Y ellos sí existen. Vaya si existen. Pasean por las calles de mi Sevilla todos los 5 de enero y yo los veo cada año. Así que se siente.

Los veo, luego existen, cartesiano que es uno. ¡Ah! Y además son magos. O sea que sí.

Pero claro, volvemos a lo mismo, esto es lo que pienso yo. En realidad que sabemos de ellos ¿Existieron los Reyes Magos?

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