Seguro que ha oído hablar de la Ley de Murphy. Sí, seguro. Todo el mundo lo ha hecho. Es lo de “la tostada siempre cae del lado de la mantequilla” ¿Sí, verdad?
O aquello de “nada es tan bonito de cerca como de lejos”. Bien. Pero a mí lo que me inquieta es saber, ¿quién fue el tal Murphy?
Porque no todo el mundo ha oído hablar de él. Por eso hoy lo vamos a hacer. A lo que se ve, hay más de una hipótesis acerca de quién fue este buen señor.
Y es que su historia personal, y la de su famosa ley, parecen estar envueltas en una espesa bruma informativa.
La más creíble nos habla del capitán ingeniero estadounidense Edward A. Murphy nacido en 1918, quien, hacia 1948, trabajaba en la Base Edward de la USAF, en un proyecto llamado MX-981.
Su objetivo era probar la resistencia humana a las fuertes desaceleraciones. Ya saben, varias veces la de la gravedad, g = 9,81 N/kg, de ahí su denominación de “fuerza g”.
En las pruebas se empleaba un cohete a gran velocidad, que se desplazaba sobre unos rieles horizontales y que se detenía con potentes frenos.
Para la medida de esta fuerza, Murphy, utilizó unos contadores electrónicos, que un asistente debía conectar al arnés del asiento. Con el primer intento, que por cierto tuvo a un chimpacé como piloto, llegó la sorpresa. El marcador dio un valor de 0 g. Algo fallaba.
Revisada toda la instalación se comprobó que una conexión estaba mal. Se había puesto al revés. De ahí el error de la medida. Dicen que Murphy, refiriéndose al ayudante que la realizó, espetó: “Si este hombre encuentra la forma de cometer un error, lo cometerá”.
Por el tono en el que fue dicho, hemos de suponer que el pobre hombre debía ser algo patoso. Pues bien, fue entonces, en ese mismo momento, cuando nació la famosa ley.
Y ésa fue su primera redacción, a la que no tardaron en seguir otras:
- “Si puede ocurrir, ocurrirá”,
- “Si hay más de una forma de hacer un trabajo, y una de ellas lleva al desastre, alguien habrá que lo hará de esa manera”. Y así.
Pero todas permanecieron en el ámbito, más o menos privado, de la ingeniería aeroespacial hasta que, en 1952, una de ellas apareció impresa en el epígrafe de un libro. Nadie sabe cómo.
Y su redacción había vuelto a cambiar: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Escueta y cáustica. (Continuará)
O aquello de “nada es tan bonito de cerca como de lejos”. Bien. Pero a mí lo que me inquieta es saber, ¿quién fue el tal Murphy?
Porque no todo el mundo ha oído hablar de él. Por eso hoy lo vamos a hacer. A lo que se ve, hay más de una hipótesis acerca de quién fue este buen señor.
Y es que su historia personal, y la de su famosa ley, parecen estar envueltas en una espesa bruma informativa.
La más creíble nos habla del capitán ingeniero estadounidense Edward A. Murphy nacido en 1918, quien, hacia 1948, trabajaba en la Base Edward de la USAF, en un proyecto llamado MX-981.
Su objetivo era probar la resistencia humana a las fuertes desaceleraciones. Ya saben, varias veces la de la gravedad, g = 9,81 N/kg, de ahí su denominación de “fuerza g”.
En las pruebas se empleaba un cohete a gran velocidad, que se desplazaba sobre unos rieles horizontales y que se detenía con potentes frenos.
Para la medida de esta fuerza, Murphy, utilizó unos contadores electrónicos, que un asistente debía conectar al arnés del asiento. Con el primer intento, que por cierto tuvo a un chimpacé como piloto, llegó la sorpresa. El marcador dio un valor de 0 g. Algo fallaba.
Revisada toda la instalación se comprobó que una conexión estaba mal. Se había puesto al revés. De ahí el error de la medida. Dicen que Murphy, refiriéndose al ayudante que la realizó, espetó: “Si este hombre encuentra la forma de cometer un error, lo cometerá”.
Por el tono en el que fue dicho, hemos de suponer que el pobre hombre debía ser algo patoso. Pues bien, fue entonces, en ese mismo momento, cuando nació la famosa ley.
Y ésa fue su primera redacción, a la que no tardaron en seguir otras:
- “Si puede ocurrir, ocurrirá”,
- “Si hay más de una forma de hacer un trabajo, y una de ellas lleva al desastre, alguien habrá que lo hará de esa manera”. Y así.
Pero todas permanecieron en el ámbito, más o menos privado, de la ingeniería aeroespacial hasta que, en 1952, una de ellas apareció impresa en el epígrafe de un libro. Nadie sabe cómo.
Y su redacción había vuelto a cambiar: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Escueta y cáustica. (Continuará)
porque no pone mas citas
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