Albert Einstein nació a las 11,30 del 14 de marzo de 1879. El mismo año en el que T. A. Edison desarrollaba su primera bombilla eléctrica y moría de tuberculosis J. C. Maxwell, autor de la Teoría Electromagnética.
Lo hizo en Ulm, Alemania, en el seno de un hogar judío y resultó ser un bebé de cabeza grande y angulosa. Una deformación en la parte posterior, que conservó durante toda su vida. Tan grande era, que su madre temió haber dado a luz a un crío anormal.
Y además nació grueso, bastante grueso. Vamos, que su abuela lo comentó nada más verlo: “¡Este niño está demasiado gordo!”.
Por lo demás era un niño solitario, silencioso y afanado. Sus juegos preferidos eran las construcciones con taquitos de madera y hacer manualidades. Unas tareas a las que se entregaba con paciencia, método y cuidado. Apenas prestaba atención a los demás niños. Se ve que él ya estaba pensando en lo suyo.
La forma de su cráneo y la gordura no serían las únicas faltas del neonato. Al parecer tuvo problemas con el habla, ya que no empezó hasta los tres años.
Y, aún con siete, solía repetir en voz baja sus propias palabras. De hecho sus padres llegaron a pensar si tendría algún tipo de retraso mental. Qué paradoja hubiera sido.
La que no pensaba igual era su abuela Jette, en 1881 decía de su nieto: “Es un niño encantador, muchas veces recordamos sus divertidas ideas”. Y es que como las abuelas no hay nada.
Y, aún con siete, solía repetir en voz baja sus propias palabras. De hecho sus padres llegaron a pensar si tendría algún tipo de retraso mental. Qué paradoja hubiera sido.
La que no pensaba igual era su abuela Jette, en 1881 decía de su nieto: “Es un niño encantador, muchas veces recordamos sus divertidas ideas”. Y es que como las abuelas no hay nada.
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