jueves, 24 de mayo de 2018

Mujeres, ciencias y siglo XIX (2)

(Continuación) Pues qué duda cabe de que el mundo de la ciencia, como tantos otros, no es más que un reflejo del resto de la sociedad. De ahí que ya desde principios de siglo se empezara a extender una terrible idea sobre la mujer: la de que era un ser enfermizo por naturaleza. Algo obvio por otra parte si se partía del prejuicio de considerarlas seres, física y mentalmente, inferiores o cuando menos de constitución delicada, por decirlo de alguna forma, vamos. Ya ven por donde voy.

Visto así cualquier tipo de palidez tuberculosa era considerada normal y las menstruaciones dolorosas eran atribuidas, sencillamente, a “congestiones uterinas”, a dolencias resultantes ni más ni menos que del gran número de “debilidades” femeninas. Y entre ellas se contaba, no se lo van a creer, ¡la prolongada lectura de novelas románticas! Como lo leen. Un diagnóstico bastante equivocado, visto con los ojos de hoy en día, pero bastante en consonancia con la mirada de la época. Por ejemplo, para los médicos de este siglo, la histeria (del griego hysteria, matriz) se convirtió en un diagnóstico que se aplicaba a una gran variedad de trastornos sufridos por las mujeres.
De modo que era un lugar común y auténtica panacea en la consulta a la hora de diagnosticar, a pesar de ser una enfermedad mental. Pero lo cierto es que ese detalle importaba poco, se relacionaba directamente con las supuestas debilidades del sexo femenino y listo. Como dicen que todo está en la cabeza, pues ya está. Vamos que de vuelta a Aristóteles.
Incluso el escritor abolicionista estadounidense Frederick Douglass, llegó a escribir: “Muchos de aquellos a los que se conoce como sabios o como hombres buenos en esta tierra, estarían mucho más satisfechos de discutir sobre los derechos de los animales, antes que hacerlo sobre los de las mujeres, 1848”. Lo dicho, eran otros tiempos.
Y sobre el aborto, las latentes reservas sociales respecto a su práctica no tomaron forma legal hasta este siglo, en el que el Parlamento Británico lo prohibió. Siguiendo su ejemplo otros países, entre ellos EE.UU., aprobaron una serie de leyes que limitaban su praxis aunque ellas, las mujeres, no callaron: “Pero no mendigaré favores por mi condición sexual. No me rindo ni reclamaré la igualdad. Todo lo que pediré de mis hermanos es que dejen de sojuzgarnos y permitan que nos levantemos sobre esta tierra que Dios ha creado para que ocupemos todos”. Sarah Moore, 1837.
Leyendo a una y a otro, no hay duda alguna de que existen ideologías que potencian nuestro ser, y otras que reprimen nuestro existir. No obstante el hombre, en líneas generales, siguió mostrando la supuesta inferioridad de la mujer.
Lean si no, a quien estáconsiderado el filósofo más brillante de este siglo, nada menos que el alemán Arthur Schopenhauer, manifestarse al respecto: “Basta con echar un vistazo al aspecto de una mujer, para entender que no está destinada ni al desarrollo de las posibilidades del intelecto, ni al de los trabajos puramente físicos. De hecho, la mujer salda su deuda con la vida no por lo que hace, sino por lo que sufre; padeciendo los dolores del parto, cuidando de los hijos, y sometiéndose al hombre (1851)”. Qué me dicen. (Continuará)
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