miércoles, 28 de junio de 2017

No me llames Selectividad. Llámame PAU, EBAU, EvAU,... (1)

Mucho se ha escrito en estos días sobre los exámenes y las notas sacadas por los alumnos y estudiantes que, este Año del Señor de 2017, se han presentado a la Selectividad. Ya, ya, lo sé.
Ahora no se llama así, sino Evaluación de Bachillerato para Acceso a la Universidad o lo que es lo mismo, EBAU o EvAU, que la cosa ésta de las siglas, que no acrónimos, no está nada clara. Lo que, estarán conmigo, tiene su aquél tratándose de lo que se trata. En fin. Es el primer fleco que dejo suelto.
Y sigo con lo del nombre. EBAU o EvAU les decía, pero eso es desde anteayer como quien dice. Hasta entonces y desde 2010, su nombre fue Prueba de Acceso a la Universidad, PAU, que duró solo siete (7) años.
Pero es que antes, y desde 1974, se le llamó Examen de Selectividad, primera derivada de la entrañable Ley Esteruelas, y que duró treinta y seis (36) años ¿Por qué cambian tanto los nombres y,  dura cada vez menos? Ahí lo dejo y es el segundo fleco suelto.
Exámenes, notas y por supuesto no faltarán las entrevistas a los escolandos de turno, que en este curso hayan sacado las mejores notas de la provincia, y a los que entre otras cosas le preguntarán, cómo han visto ellos dichas pruebas y qué objeciones les ponen. En fin lo que se dice un clásico del periodismo de pre verano.
Como era de esperar, entre las quejas sobre esta prueba suelen aparecer las explícitas de siempre, aquellas de las que casi todos hablan. Un lugar común. Que si lo intensa que es, pues concentra muchos exámenes en pocos días. Que si los nervios que genera pues, por unas décimas, se puede desvanecer un sueño universitario. Que si...
Que sí, que de acuerdo. Es una obviedad que salta a la vista. Sin embargo esta prueba, la llamen como la llamen, tiene también otras características de las que casi nadie habla y que en mi opinión, pasan desapercibidas a pesar de constituir lo mollar de la misma. Su esencia intramuros por así decirlo. Por no cansarles les expongo aquí y ahora tan solo una terna de ellas.
Una. La escasa queja que año tras año muestra el alumnado, acerca de la dificultad que estos exámenes tienen per se. Estoy tirando de memoria, perdonen si ésta me falla, pero no recuerdo haber leído nunca una protesta estudiantil generalizada, que estuviera basada en el excesivo grado de exigencia cognitivo de alguno de estos exámenes. En “lo difícil que había sido”. No, nunca.
Otra. El sorprendente hecho de que casi siempre cae de lo mismo en la gran mayoría de ellos. Como lo leen. Sin importar la asignatura que sea, la mayoría de los alumnos reconocen que tenían preparadas las preguntas que les había caído, como unas de las que podían caer.
Y es que esta circunstancia no escapa a los profesores de secundaria y la aprovechan cuando imparten sus asignaturas, compaginando de forma magistral, aprendizaje significativo (conocimientos) y rentabilidad académica (resultados).
Estotra. Un equilibrio disdacálico que por supuesto se refleja en las notas finales. En el alto número de alumnos que superan la prueba. Creo que pocos exámenes, de los que en el mundo han sido, alcanzan unos resultados académicos tan positivos, al menos en lo que se refiere a notas.
Leo que en este curso académico, en la provincia de Sevilla desde donde escribo, nueve (9) de cada diez (10) alumnos la han superado. Pensándolo mejor, ahora que lo cuantifico negro sobre blanco, el cambio del nombre de Selectividad quizás sea de lo más adecuado. (Continuará)



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