lunes, 3 de abril de 2017

María Sibylla Merian (y 2)

(Continuación) Que quería más y que la llevaron a separarse de su esposo, independizarse y a convertirse en viajera exploradora.
Separada e independiente
En 1685, María, con treinta y ocho (38) años, separada y con dos hijas, se convirtió a una secta protestante que tenía su sede en el castillo holandés de Waltha a donde se trasladó.
Aquí pudo estudiar la fauna y flora tropical sudamericana, a partir de la extraordinaria colección de mariposas disecadas que, procedentes de Surinam (Guayana holandesa), dicha secta poseía. Fue un progreso sin duda pero que pronto se volvió insuficiente.
Los insectos y demás animales eran para Merian mucho más que el clásico recurso con el que dotar de vida a las pinturas de flores. Lo suyo iba más allá de ser una insustancial, aunque reconocida, bodegonista. Lo suyo no era el típico “arte para señoritas” que tanto se estilaba en aquellas época. No.
De ahí que no quisiera como modelos para sus dibujos, ejemplares muertos.
Convencida de la ineludible necesidad de estudiarlos y pintarlos vivos y en su propio medio, se estableció en Amsterdam, con el fin de examinar desde un punto de vista científico las magníficas colecciones naturalistas, compuestas de variados y extraños especímenes, que tenía la ciudad y que provenían de su comercio ultramarino.
Y no tardó en comprender que tendría que viajar hasta Surinam, la colonia holandesa de donde procedían los especímenes, para un estudio más completo. Pero se trataba de un viaje que no era asunto menor. Para empezar no era barato y, además, se trataba de una larga travesía de casi dos meses.
La del viaje fue una de las últimas, y quizás la más difícil, de las etapas de su sueño. Pero no se arredró por ello.
Ni corta ni perezosa se dispuso a conseguir todo tipo de ayuda económica y académica, tanto de organismos y autoridades oficiales como de instituciones y científicos, para realizar dicho viaje. A lo que sumó todo lo que pudo conseguir por la venta de sus trabajos pictóricos.
Sin embargo no eran estas las únicas dificultades de este viaje en el que se quería embarcar y que sin duda era una aventura arriesgada incluso para un hombre de la época. Existían otras internas a ella.  
Viaje a Surinam
En la fecha en el que lo inicia, 1699, María tenía ya cincuenta y dos (52) años, era por tanto una mujer mayor, aunque bien es cierto que no lo emprende sola. Le acompaña su hija Dorothea, también pintora y de la que les dejo un nexo por si les interesa seguirlo.
Leonhard Euler. Sí, este mundo es un pañuelo, tras lo que vuelvo a María.


Fue madrasta y madre de Katharina y Salome Abigail Gsell, primera y segunda esposas del célebre matemático suizo
Aunque amigos y conocidos le desaconsejaron como es natural, por excéntrico y peligroso, hacer ese viaje a Surinam, una de las más descuidadas colonias holandesas, las dos mujeres estaban decididas y partieron hacia Paramaribo, la capital.
Allí permanecieron durante dos años, dibujando y clasificando plantas e insectos, a pesar de las difíciles condiciones ambientales en las que lo tuvieron que hacer, entre otras las temibles enfermedades tropicales que acabarían por minar la salud de María.
Y que le obligaron a adelantar a la fuerza su regreso a Ámsterdam, no tuvo más remedio al contagiarse de malaria. Se ve que pudo más la enfermedad que su interés por estudiar in situ el ciclo de los insectos vivos. Pero eso sí, cuando llegó al viejo continente no estuvo de brazos cruzados. Buena era ella para estarse sin hacer nada.
Empezó nada menos que lo  que terminaría resultando su obra científica y artística más importante, la que lleva por título ‘Metamorfosis de losinsectos del Surinam’.


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