domingo, 11 de diciembre de 2016

Mujer y ciencia. Segregación vertical

(Continuación) Un no sé qué, un qué sé yo, un yo qué sé, llamen como quieran a ese “talento especial o innato”, pero que de todas, todas, y al “especial e innato” entender de los investigadores estadounidense, las mujeres tienen en menor proporción que los hombres.

Esa deficiencia es la causa de la que deriva el efecto que les lleva a contratar menos mujeres para, por ejemplo, realizar un doctorado.

Y el doctorado sólo es el principio de la escalera académica, el primer escalón. De ahí para arriba, solo hay más de lo mismo.

De este modo las disciplinas de ciencias, para las que (injustificadamente) a menudo se supone que hace falta una especie de don natural que no puede ser enseñado, son consideradas como menos adaptadas para las mujeres.

Sirva de ejemplo el experimento de la Universidad de Yale. Y de la segregación horizontal a la vertical.

Segregación vertical
En particular las mujeres se ven, con bastante frecuencia, afectadas por una segregación vertical en el trabajo en general. Es decir que encuentran ciertas dificultades que le limitan su desarrollo profesional, independientemente del campo en el que actúen.

De todos son conocidas tanto las desigualdades que restringen que una mujer ocupe puestos con poder decisorio, como las condiciones laborales que las rodean. Y vaya como son.

De un lado son las que más trabajan a tiempo parcial, sea en formas laborales de flexibilidad o en jornada continuada. Y del otro está el aspecto económico del salario femenino, y como para el mismo cargo y las mismas funciones, el suyo es frecuentemente más bajo que el salario masculino.

Y por supuesto el mundo científico no es una excepción dentro del mundo laboral, como no puede ser de otra forma tratándose de la mujer.

Segregación vertical en ciencia
La segregación vertical hace que muy pocas mujeres ocupen puestos altos en la carrera científica y en sus estructuras de gestión, un hecho que a veces se expresa como la existencia de un “techo de cristal” que limita su promoción frente a la de los hombres.

Los últimos datos de los que se disponen dejan bien a las claras que las mujeres, en la actualidad, ocupan aproximadamente, un veinte por ciento (20%) de puestos importantes en universidades e institutos de investigación españoles ¿Por qué es así?

Entre otras razones de esta segregación se suele recurrir al hecho de que las mujeres postergan sus carreras científicas priorizando la vida familiar, ocupándose más de los hijos y de las tareas del hogar, permitiendo a su vez que su pareja progrese en su carrera.

Lo que puede que sea cierto, ¿por qué no? Pero lo que no se puede hacer es presentar el hecho como si fuera una opción libre y personal.

Una preferencia que se realiza de forma individual, a la vez que masiva en el caso de las mujeres, de manera que el resultado es el que ya sabemos.

Y por supuesto no es así. Para muchos, esta situación en realidad es fruto de una cierta imposición que está grabada de facto en el conjunto de la sociedad, de modo que nada de opción personal.

Estamos ante una realidad que se nos muestra como un 'fait accompli’, o sea un hecho consumado contra el que la mujer debe luchar si desea conciliar su carrera profesional con su vida familiar.

¿Efecto perverso? ¿Qué se puede hacer? O sea.



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