jueves, 15 de septiembre de 2016

Suiza, verano de 1816 (y 2)

(Continuación) Y del otro el grupo, más familiar digamos, formado por el escritor Percy Shelley, su jovencísima prometida de tan solo 18 años Mary Godwin, se casaron ese mismo otoño, y una hermanastra de ésta, Claire Clairmont, que estaba embarazada de Byron.

Ellos se instalaron en la otra parte del lago Lemán, opuesta a la que estaba Byron, donde alquilaron una decorosa casita llamada Maison Chapuis. En fin, lo que se dice juntos pero no revueltos.

Mas sin duda eran un singular grupo de amigos que, lógicamente, se visitaban con frecuencia y, como es natural, no dejaban de lamentarse de tan horrible tiempo.

Precisamente en una de las visitas que Percy, Mary y Claire hicieron a Villa Diodati, el tiempo se puso tan mal y tal fue la tempestad que se desencadenó, que no tuvieron más remedio que quedarse allí sin poder salir, nada menos que durante tres (3) días y tres (3) noches.

Un noche de hace doscientos (200) años
En esas setenta y dos horas (72 h) enclaustrados dentro de la casa, como se pueden imaginar hicieron de todo para matar el aburrimiento y las inevitables tensiones fruto de la convivencia.

De todo lo imaginable dicen algunos, si bien nosotros ahora no entraremos en detalles.

Lo que ocurrió en la casa de Lord Byron a orillas del lago de Ginebra en esos días, debió ser consecuencia de una serie de factores, unos externos y otros internos.

Entre éstos últimos pudo estar la lectura que el grupo hizo de la traducción al francés de Fantasmagoriana, una colección de ocho historias alemanas de fantasmas, espectros y espíritus entre los que destacan: La cabeza del muerto, La hora fatal o La novia muerta.

Unas sesiones de lectura que se completaban con encendidas discusiones sobre “la naturaleza del principio vital” y la narración de historias de fantasmas conocidas o inventadas por ellos.

También debió contribuir el ambiente mortecino y oscilante que creaban en el interior de la habitación, la luz generada por las llamas del fuego de las velas y del que ardía en la chimenea.

Y por qué no decirlo, la suspecta y generosa ingesta que en esos días de encierro se debió realizar de diferentes bebidas como: vino, aguardiente, láudano (un cóctel de vino blanco, azafrán, clavo, canela y opio), etcétera.

Por supuesto en el exterior estaba la violenta tormenta desatada, con toda su parafernalia electromagnética y mecánica.

Los rayos que caían sobre el lago, el estruendo de los truenos que rompían el silencio y los fogonazos electrizantes de los relámpagos que iluminaban el cielo.

También ellos debieron influir lo suyo en que Villa Diodati se convirtiera en una factoría del terror.



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