viernes, 23 de septiembre de 2016

¡Neptuno a la vista! (1)

Bien pudo ser la expresión que esa noche del 23 de septiembre de 1846, el astrónomo Johann Gottfried Galle (1812-1910) espetó cuando, ante sus ojos, apareció el planeta predicho. Fue tal día como hoy de hace ciento setenta (170) años. Uno de esos días que cuentan.

Predicho les digo, porque Galle sabía lo que tenía que buscar y dónde hacerlo.

De ahí que lo encontrara la misma primera noche que se puso manos a la obra, tras solo una hora de observación, y a menos de un grado de distancia de la posición que le habían comunicado.

Porque han de saber que así como los descubrimientos del planeta Urano en 1781 por William Herschel y del planeta enano Ceres en 1801 por Giuseppe Piazzi están considerados como frutos de la casualidad.

Unos sucedidos 'accidentales' por así decirlo, que tuvieron lugar mientras lo que en realidad buscaban sus descubridores eran estrellas y no planetas; ¿ejemplos de serendipia, quizás?

Lo sean o no, lo que sí es seguro de toda seguridad es que, el caso de Neptuno no fue así.

Su descubrimiento fue consecuencia de una predicción física basada en cálculos matemáticos.

De hecho el de este octavo planeta en distancia respecto al Sol y el más lejano del Sistema Solar, fue uno de los primeros descubrimientos físicos que se obtuvieron siguiendo los resultados de la mecánica celeste newtoniana.

Una predicción les decía más arriba, pero en puridad fueron dos los cálculos físico-matemáticos realizados. De forma breve les pongo en antecedentes.

En el descubrimiento de este planeta de intenso color azul verdoso, de ahí su nombre como el del dios del mar, estuvieron involucrados tres científicos.

En orden cronológico a mi entender son: Adams, Le Verrier y Galle. Este es un prontuario de ellos.

Los tres hombres de Neptuno: Adams
El primero fue el matemático y astrónomo inglés John Couch Adams (1819-1892), quien en 1843 con tan solo veinticuatro (24) años, y mientras trabajaba en Cambridge, ya había calculado sobre borrador una posición pa
ra el planeta.

No obstante, por circunstancias que no hacen al caso, hasta setiembre de 1845 no pudo precisar unos primeros resultados.

Unas deducciones que por desgracia, y por otras circunstancias diferentes a las anteriores, no pudo comunicar de forma personal al Astrónomo Real y Director del Observatorio de Greenwich, Georg Biddell Airy (1801-1892).

Está claro que en esta vida, además de saber y valer, hay que tener suerte.




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