lunes, 26 de septiembre de 2016

Laennec y estetoscopio. Otoño 1816 (1)

(Continuación) Pero la muerte suele cambiar algunas cosas. Y en este caso una de ellas fue el aprecio que los profesionales médicos empezaron a tener por su método. A partir de su muerte empezó a utilizarse y a hacerse popular.

De este modo le debió llegar a Laennec e inducirle a sus estudios sobre la auscultación.

Bueno a eso y a la delicada y otoñal escena médica que tuvo lugar en el dormitorio parisino de una paciente casada, estando presentes el esposo y la madre.

Como ya se las he contado, les hago un extracto de la misma.

Laennec, otoño 1816
Laennec, cuando contaba treinta y cinco (35) años de edad y ejercía como médico jefe en el Hospital Necker de París, fue llamado en el septiembre ya otoñal de 1816 para atender en su domicilio particular, a una enferma con un problema cardíaco.

Resultó ser una señora joven, algo pasada de peso y, por lo que cuentan, bien dotada en lo que respecta a la zona pectoral. Ya me entienden.

Unas circunstancias anatómicas de la enferma, que ya de por sí dificultaban la auscultación del pecho, que se añadían al natural pudor que sentía Laennec al tratar con pacientes femeninas y a la presencia en la habitación del esposo y la madre de la chica.

Una situación delicada.

Y como el médico tenía bien claro, que lo último que iba a hacer era rozar con su oreja el pecho de la enferma, la necesidad le desarrolló el ingenio.

Fue cuando optó por hacer un tubo con unos papeles, como si fuera una trompetilla, y lo aplicó al pecho de la enferma de la forma más adecuada que pudo.

Y no lo debió de hacer mal pues no sólo oyó los sonidos internos, sino que los percibió incluso mejor que cuando aplicaba el oído directamente.

Ver para creer.

Estetoscopio, el instrumento
Por supuesto que a partir de ese momento se dedicó a perfeccionar su invento y en ese proceso, dice la leyenda médica que jugó un papel importante la casualidad.

Ocurrió un día en el que Laënnec vio como jugaban unos niños en los jardines del Louvre, una tarde de otoño de 1816.

Se entretenían con un listón de madera al que unos golpeaban por un extremo, mientras otros escuchaban el sonido que se producía en el otro.

Y de ahí le vino la idea. Un mecanismo de propagación ondulatoria tan sencillo, podría poner fin a sus problemas de pudor.

Algunos lo pueden llamar suerte o azar, pero yo creo que no lo es. Sólo su mente, que estaba preparada para ello, se iluminó ante tal visión lúdica que muchos otros habían visto también.

Lo dijo unos años después el también francés pero microbiólogo Louis Pasteur (1822-1895): “En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada”. (Continuará)




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