lunes, 27 de junio de 2016

‘Frankenstein o el moderno Prometeo’ (1)

La segunda de las puntualizaciones que me llegó al correo guarda relación con la obra literaria, de la que ya les he escrito algo y ahora les completo un poco más.

Un relato que se empezó a gestar una tarde bajo el ceniciento cielo del otoñal verano de 1816, y a escribir tras una nocturna combinación de la luz de luna entrando en un dormitorio.

Un rayo lumínico que despierta a una Mary Godwin, poseída hasta ese momento por un tenebroso sueño.

Ahí es donde y cuando se forja el mito de una de las más espantosas obras de terror. Frankenstein o el moderno Prometeo que no se publica hasta 1818 y que trece (13) años después, en 1831, su autora, una ya Mary Shelley, reescribe entera.

Vayamos con algunos aspectos “personales” de la novela.

Frankenstein...
Quedamos en que fue la nocturna la luz de luna entrando en el dormitorio unida a la pesadilla onírica de Mary, las que gestaron el nacimiento de Frankenstein, doctor y monstruo, una vez que ya “había pasado la hora de las brujas”.

Así parece que se forjó el mito de una de las más espantosas obras de terror jamás escrita; en palabras de la propia autora:

   “Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada, no me dormí, aunque tampoco puedo decir qué pensaba.
   Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza muy superior a los habituales límites de la ensoñación.
   Vi -con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental-, vi al pálido estudiante de artes impías de rodillas junto al ser que había ensamblado.
   Vi el horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida, y agitarse con movimiento torpe y semivital”.

O sea. Vida a partir de la no vida. Como si fuéramos Dios, que dicen los creacionistas. Una idea mítica que nada más pensarla da algo de miedo.

Un mito imprescindible para una cultura que -a pesar del tiempo transcurrido, va ya para dos (2) siglos-, sigue siendo la nuestra. Porque al nombrar la autora a su héroe científico como un “nuevo Prometeo”, resulta más que notoria la advertencia mítica que nos hace.

Abro paréntesis explicativo, entre científico y pseudocientífico.

Mito y Química
En la mitología griega, el dios Prometeo es un titán amigo de los hombres para quienes roba el fuego y por lo que es castigado por Zeus. Ignoro el destino del dios castigado, pero sé (sabemos) lo que hombre aprendió a hacer con el fuego, como fuente de energía.

Un uso creativo de uno de los cuatro (4) elementos de la antigüedad -a saber tierra, agua, aire y fuego- al que la Godwin le da una vuelta de tuerca más, que no es una cualquiera.

No lo es porque en ella combina, las discusiones científicas de la época acerca del principio de la vida y la leyenda griega del tal Prometeo. O sea que estamos ante una reelaboración del clásico mito, en el que el hombre juega a ser Dios, creando un ser viviente a partir de uno no viviente.

Vamos como Él, que lo hizo a partir de la arcilla. O eso dicen.

Por cierto que este cuarteto de elementos -explicativo en principio de los patrones encontrados en la naturaleza y que podemos ampliar a cinco (5) si le añadimos el éter- no tiene nada que ver con los elementos químicos de la ciencia moderna.

En el contexto antiguo la palabra elemento hace referencia más bien a los estados de agregación en los que se puede presentar la materia, y así: tierra para el sólido, agua para el líquido, aire para el gaseoso, fuego para el plasma y éter para el vacío. (Continuará)



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