domingo, 22 de febrero de 2015

Amor. Amor cardíaco


(Continuación) Pero otras vistas son de orden químico o bioquímico, como es el caso del sentimiento.

Ya hemos enrocado el tema y hablado de las tres (3) etapas del amor, del cocktail de hormonas y neurotransmisores que descargamos y de la variedad de reacciones bioquímicas que se producen en nuestro organismo cuando nos enamoramos.

Dicen, y es probable que tengan razón, que solo hay una cosa verdadera en esta vida, y ésta no es otra que el amor. Y tan verdadera es, que todos tenemos la irrenunciable necesidad de buscarlo, encontrarlo y, si es posible y mientras se pueda, conservarlo.

Pero tanto el nuestro, el que sentimos, como el de los demás, el que sienten. Los dos.

Soy de la opinión que para la mayoría de los humanos, la búsqueda de este sentimiento viene a representar, algo así, como la del Santo Grial para los caballeros del Rey Arturo.

Toda una vida dedicada a su búsqueda y conservación.

Una cuestión de miradas atentas les decía
Hace unos meses les hablaba de cómo numerosos estudios en neurociencia, indican que el cerebro segrega una serie de sustancias químicas que actúan de forma similar a las drogas. Sí drogas, pero no me mal interpreten.

Es que como ellas, estimulan el centro del placer del cerebro y nos producen ciertos efectos colaterales: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito y sueño, intensa sensación de excitación, y lo dejo aquí, por no extenderme más.

Todo eso sin profundizar en aquello que, de verdad, pretendemos al enamorarnos. Una motivación para la que, desde la perspectiva de la ciencia, existen diversas hipótesis.

De un lado, recientes estudios parecen confirmar que nuestro aparato psíquico funciona como si tuviera almacenada, en alguna parte de la memoria, la imagen de la pareja que buscamos.

De modo que cuando nos topamos con la persona que encaja con estos rasgos, ¡zas! Una especie de alarma interior se pone en funcionamiento y nos avisa: ¡Párate, mírala es ella! O él, claro.

Aunque la cosa no es tan simple como parece
No lo es porque otras líneas de investigación parecen sostener que hay diferencias, en función del sexo, en el mecanismo de activación del enamoramiento.

Y así, mientras que el hombre se enamora porque quiere volver a sentir el amor de su madre, y lo busca respondiendo, sobre todo, a los estímulos visuales.

La mujer, sin embargo, se enamora porque quiere seguir recibiendo la protección y el cariño de su padre.

Y lo hace poniendo en juego áreas del cerebro que tienen que ver con la memoria y los recuerdos, más que con la visión. Ya ven que diferentes somos mujeres, hombres y viceversa.

Dos mecanismos diferentes pero, en cierto modo, no tan distintos. Eso al menos es lo que postula la conocida como “teoría del espejo”, que nos viene a decir que, de verdad, de verdad, nos enamoremos de quien anhelamos ser.

O lo que es lo mismo, nos enamoramos de lo que tiene el otro. De lo que tiene, o de lo que creemos que tiene. Es decir, que solo son (somos) un reflejo. La imagen del objeto que en realidad somos (son).

Pero esto sólo son afirmaciones hipotéticas. Como aquella según la cual, todos tenemos en cada momento de nuestra vida, la pareja que nos merecemos. Que dicho así suena duro, pero que quizás sea cierto.

Sin embargo, a pesar de todo lo escrito, no es de estos tipos de amores de los que les quería hablar. En esta ocasión no quería que fuera, en absoluto, científico. Nada de esos asuntos que, por lo general, nos traen a ustedes y a mí a este negro sobre blanco bloguero.

Yo de lo que de verdad les quería hablar es del Amor cardíaco, del amor de mi corazón. Ya ven como viajan deseos y realidad.

3. Amor cardíaco 
Hoy, como el poeta de Orihuela cuando nos dice, “y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi corazón a mis asuntos”, yo he emprendido ese mismo camino, sólo que en sentido opuesto. Pues voy de mis asuntos como científico a mi corazón como persona.

Hoy, sin hacer de menos a los otros, el Amor, Amor con mayúscula, lo representa mi nieto que nació el 14 de febrero, día de San Valentín, de hace un año. Ya ven.

Y es él cuando me mira, cuando me sonríe y cuando me tiende sus brazos para que lo coja, quien me enseña lo que es el amor. Entonces entiendo un poco más y un poco mejor, lo que de verdad es este sentimiento.

O al menos eso creo, o quiero creer con mi edad.

No sé si me entienden. Resulta que para estos asuntos de la querencia, algunos hombres no nos sabemos explicar bien. Vamos, nada bien.




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