lunes, 1 de septiembre de 2014

Somerville, amor y ciencia


Es algo que no tengo ni que decir. Suele ocurrir en la vida de las personas, que el amor llame una segunda vez.

El amor llama dos veces
Y le sucedió a ella también quien, tras cinco años de viudez, en 1812, se casó de nuevo. Lo hizo con alguien muy próximo, con su primo William Somerville. Sí, es el hijo del Dr. Somerville, ahora su tío-suegro, que también es médico y comparte su interés por la ciencia.

Un tanto a su favor.

Pero no tiene ninguna ambición científica lo que, lejos de lo que pueda parecer, supuso también otro tanto a su favor. Y que unido al hecho de que no fuera matemático, otro tanto más, resultaran en su conjunto unas circunstancias de lo más positiva, para la carrera científica de ella.

Puede que dicho así le resulte extraño. Pero ha de pensar que si se hubiera casado con un científico experimental o con un matemático, lo más probable es que nunca hubiéramos oído hablar de su trabajo.

Como en otros muchos, y muchos, casos él se lo habría apropiado y firmado con su nombre. No olvidemos que por aquél entonces, el científico, era un mundo de hombres.

No obstante el suyo, fue un matrimonio feliz y duradero en lo personal y fructífero y enriquecedor en lo científico. Sin duda William era un hombre inteligente y, como su padre, supo ver en Mary algo más que a una mujer.

Además, como hombre enamorado, estaba orgulloso de los conocimientos de su esposa. De modo que no dudó en convertirse en su principal ayudante, a la hora de facilitarle contactos con la comunidad científica de la época.

Instalados en Londres, se hizo socio de la Royal Society -y como en dicha institución no se admitían mujeres, ni les estaba permitido el acceso a las instalaciones y sus documentos-, él copiaba a mano los artículos que ella necesitaba para sus investigaciones. Lo llaman amor.


Primer viaje a París
En 1817 el matrimonio viaja a París, donde conocen a los más importantes matemáticos de la época y sus trabajos. Para ella tratar personalmente con los físicos, matemáticos y astrónomos, el italiano J. L. Lagrange (1736-1813) y los franceses Siméon Denis Poisson (1781-1840) y Pierre-Simon Laplace (1749-1827), junto con el hecho de tener acceso a sus estudios, resultó fundamental.

Aquí es cuando conoce las experiencias vibratorias del físico alemán Ernst Chladni (1756-1827) sobre las curiosas superficies elásticas.

Un conocimiento que, con posterioridad, le permitiría realizar unos dibujos y diagramas de dichos experimentos, que llegaron a interesar a otra gran mujer científica, la matemática francesa Marie-Sophie Germain (1776-1831).

A su vuelta de París, Mary, se dedicó a escribir sobre todo lo visto, realizando distintos ensayos sobre diferentes fenómenos de los rayos solares.

A saber: su refracción, la acción sobre diferentes jugos vegetales o su propagación en diferentes medios.

A lo que habría que unir lo que se considera como un antecedente de la fotografía, cuando observó los efectos de decoloración que se producen, sobre papel bañado en cloruro de plata (AgCl) expuesto a la luz solar; etcétera.

Primeras publicaciones importantes
Publicados a partir de 1826 por la Royal Society en su revista ‘Philosophical Transactions’, fueron los primeros artículos firmados por una mujer que publicó esta sociedad.

Un hecho que resultó ser toda una novedad social y un auténtico revuelo en el mundo científico del momento.

Todo un hito si, además, tenemos en cuenta que dichos trabajos, no llevaban el aval de ninguna universidad, institución o sociedad científica. Ni siquiera el particular y personal de algún científico, varón, claro.

Bueno, pues no importó. Tales eran su nivel académico y rigor científico, que con eso sólo fue suficiente. Nadie puso la mejor objeción a los trabajos. Eran de una mujer y se publicaron. Lo nunca visto.

Ni que decirle que el enorme prestigio social que adquirió, le abrió las puertas de todos los salones de prestigio londinenses. Bueno de todos no, los de las más rancias instituciones científicas siguieron cerrados, no sólo para ella, sino para cualquier mujer.

Para que se hagan un idea del inmovilismo de la época, comienzos del siglo XIX, les dejo con un detalle.

Como es natural, a partir de la publicación, eran muchos los científicos de toda Europa que estaban interesados en sus estudios y que mantuvieron correspondencia epistolar con ella. Lo hicieron. Sí.

Pero siempre dirigiendo las cartas a nombre de su marido, como si él fuera el autor de los trabajos científicos.

Ya saben, lo último es perder las formas.

A lo largo de toda su vida, la Somerville, mantuvo una estrecha amistad y colaboración científica con Carolina Herschel (1750-1848) y John Herschel (1792-1881).

Es probable que fueran las frecuentes visitas a su observatorio astronómico, las que le indujeron a leer a Laplace.

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