domingo, 15 de septiembre de 2013

A. EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA. Vejez (III)


El 14 de abril, publica en prensa una declaración de apoyo a J. R. Oppenheimer. El gobierno le acusa de antipatriota. Sigue la caza de brujas.

Recibe en Princeton a N. Bohr, sería el último encuentro de los dos amigos. Seguían sin ponerse de acuerdo, cuánticamente hablando, claro. Para entonces su salud es precaria y se refleja en su cuidado al abrigarse.

El principio del fin
A finales de 1954, Einstein cae gravemente enfermo: insuficiencia hepática, anemia hemolítica, astenia. Un dolor físico al que se une otro, éste, anímico. El 15 marzo de 1955, el día después de su setenta y seis cumpleaños, se rompe otro vínculo con el pasado.

Muere Michele Besso. Su compañero en la Oficina de Patentes, el intermediario con Mileva durante el divorcio, el confidente de toda la vida y su gran ayuda en el artículo de la relatividad de 1905. Lo vio siempre como una mariposa; a sí mismo se veía como un topo.

En cierta ocasión, la hija de Besso le preguntó por qué su padre no había realizado grandes descubrimientos como él.

Riéndose, Einstein le dijo: “Querida, eso es una buena señal. Michele es un humanista, un espíritu universal demasiado interesado en las cosas como para convertirse en un monomaníaco. Sólo un monomaníaco consigue lo que llamamos resultados”.

En este su último cumpleaños se le toma la última foto que se tiene de él, el 14 marzo de 1955.

Último cumpleaños
Es invitado a dar conferencias en Berna y Berlín, con motivo del cincuentenario de su famoso annus mirabilis. Se siente halagado. En más de una ocasión se había quejado: “Los físicos me consideran un viejo estúpido, pero estoy convencido de que el desarrollo de la física se desviará del camino actual”.

Es admirable su tenacidad en defensa de la existencia de una realidad física independiente del observador.

Pero declina la invitación. Está demasiado débil para semejante viaje. Además, sabe que su teoría está lejos de ser acabada, al menos por él.

B. Russell se pone en contacto con él.

Alarmado por la carrera de armamentos nucleares, biológicos y químicos y su amenaza para la humanidad, le pide ayuda. Einstein se la ofrece. Se trata de una declaración firmada por un selecto grupo de intelectuales, de todo el mundo, que daría origen a las Conferencias de Pugwash.

Manifiesto Russel-Einstein
El manifiesto, firmado dos días antes de su muerte y publicado después, formulaba la siguiente pregunta: “¿Vamos a poner fin a la raza humana o renunciará la Humanidad a la guerra?”.

El temor a que, tras la tercera guerra mundial, la humanidad pudiera desaparecer -la cuarta sería con hachas de piedra, decía Einstein- le persiguió hasta su muerte.

En la misma semana que firma el manifiesto Russell-Einstein, la última de su vida, escribe su última frase, en un manuscrito inconcluso: “Las pasiones políticas, promovidas en todas partes, exigen víctimas”.

A partir del día 11 de abril, los hechos se desencadenan.

El 13 amanece con fuertes dolores y síntomas alarmantes. El viernes 15 tiene que ser trasladado al hospital de Princeton. Así y todo tiene ánimo. Reprocha de forma cariñosa, a un joven colaborador: “No estés tan triste. Todos tenemos que morir”. Sabía que estaba a punto de hacerlo. Se avisa a su hijo Hans que viene desde Berkeley.

Einstein manda pedir sus gafas, material para escribir, las hojas con los últimos cálculos sobre cosmología y unas notas que preparaba sobre Israel. Incansable curiosidad.

“Albert Einstein vivió aquí”
La tarde del domingo se quedó dormido, aunque tenía dificultades para respirar. El 18 de abril de 1955, a las 1:15 de la madrugada, la enfermera oye a Einstein murmurar algo en un tono muy débil y en alemán. Ella no sabe alemán.

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1 comentario :

Anónimo dijo...

De lo que más me gusta del blog