martes, 7 de mayo de 2013

A. EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA. Madurez (II)


Einstein, SuperStar 
Porque el interés de la prensa se extendió también al creador de la teoría. Buscaron al hombre que estaba detrás de ella y se toparon con un filón periodístico.

En lugar de una persona seria, introvertida y socialmente gris, encontraron un científico excéntrico, dotado de un encanto atrabiliario. Un intelectual de melena negra y leonina, con un burlón sentido del humor. Un académico brillante, a la vez que ingenuo y distraído. Un genio que había suspendido las matemáticas, era suizo y alemán.

En fin, lo dicho, una mina de oro para los chicos de la prensa.


Sin embargo, la imagen de Einstein de esta época, aunque es la de un científico atípico, complejo y brillante, está lejos aún de la estereotipada. Ésa que nos lo muestra con melena gris despeinada, pantalones fondones, aspecto desaliñado y mirada bonachona.

La del gurú en el que se convirtió tras su marcha a EEUU.

“¿Existes?”
Desde esos fríos días de noviembre de 1919, Einstein pasa a ser una propiedad pública. Un icono de pacifistas y de extremistas, de científicos y de devotos de la New Age.

Si con propiedad se puede decir que la relatividad cambió la visión que la gente tenía sobre el mundo que nos rodea, con no menos se puede afirmar que éste le cambió la vida a Albert. Algo frecuente hoy por aquello de la prensa del corazón, pero casi desconocido en aquella época.

Y es que interesaba todo lo relacionado con él. Se quería conocer su opinión acerca de todo, sobre cualquier tema y en todo momento. Se le llegó a perseguir e, incluso, acosar periodisticamente. Todo lo que decía y hacía atraía a las masas y, natural, se publicaba en los periódicos.

A la puerta de su casa se agolpaba la gente que quería verle, oírle, hablarle y saludarle. Le pedían consejos, una recomendación, por supuesto, dinero. De todo lo imaginable (Para castigarme por mi desprecio a la autoridad, el destino me convirtió en una autoridad).

Ni que decirles tengo que los reporteros le ofrecieron dinero por sus declaraciones, fotografías, entrevistas, artículos. Y era invitado por todo el mundo, a todos los sitios y actos. De hecho, el teatro London Palladium de Londres, le llegó a ofrecer un suculento contrato, de tres semanas de duración, por aparecer tan solo unos minutos en el escenario y saludar.

No tenía que hacer y decir nada más. Algo increíble pero cierto.

Tan cierto como que no fueron pocas las jovencitas que le acosaron y, alguna hubo, que le quisieron cortar un mechón de su cabello. No consta que lo lograran.

Por supuesto que le pusieron su nombre a los bebés recién nacidos, y a todo tipo de objetos: telescopios, torres, cervezas, y hasta hubo “un puro Einstein”. Estas tabacaleras.

De la correspondencia postal ni hablarles. Las cartas llegaban a su casa por sacas, y había para todos los gustos. Desde gente que le deseaban suerte y sablistas que le pedían dinero, hasta iluminados religiosos y grupos de presión que buscaban apoyo, pasando por niñas que le pedían ayuda para hacer sus deberes.

En definitiva se había convertido en un icono social. Para muestra un botón. En una de las cartas una niña le preguntaba: “¿Existes?”. Infantil escepticismo.

De esta época proceden muchas de las anécdotas que se cuentan del físico. Unas son ciertas, otras los son a medias y las más, mentiras llanas. Es lo que suele ocurrir en estos casos.

La Cancerbero del genio
De todo este increíble interés que se despertó alrededor de Einstein, a Albert sólo llegó una parte. Únicamente la que su segunda esposa y prima, Elsa, consideró oportuna. Su fuerte personalidad unida a su carácter protector, le hizo convertirse en su escudo frente a esa frenética y desmedida curiosidad.

Ella fue la secretaria eficaz que le organizaba su agenda social, y el perro policía, que le espantaba las visitas no deseadas. Mantenía cerradas a cal y canto, las ventanas y puertas de su hogar e inspeccionaba, de pies a cabeza, a todas las personas que allí acudían.


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