lunes, 6 de mayo de 2013

A. EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA. Madurez (I)


1919, nace el mito 
Las elogiosas palabras de J. J. Thomson sobre la nueva relatividad einsteniana tuvieron una repercusión insospechada, por inusual, en la prensa. Un científico extraordinario, el alemán, por su singular personalidad y una teoría revolucionaria, la relatividad, por su paradójica rareza.

Todo un coctel informativo. Desde el punto de vista periodístico no se podía pedir más.

Al día siguiente, el 7 de noviembre de 1919, el diario The Times de Londres daba los siguientes titulares: “Revolución en la ciencia”, “Nueva teoría del Universo”, “Las ideas de Newton destronadas”.

Ni que decir que ambos, científico y teoría, fueron acogidos con entusiasmo por la prensa y difundidos rápidamente por todo el mundo. Un mundo que los recibió, como nunca lo había hecho antes con un científico y una noticia de ciencia.

Ni lo había hecho, ni lo volvió hacer nunca más. Estas cosas sólo ocurren con los genios carismáticos. Había nacido el mito científico moderno.

A partir de ese día, la vida de Albert nunca volvió a ser la misma. Se había convertido en un personaje público de la noche a la mañana.

“Luces curvadas en el cielo”
“Los hombres de ciencia sin aliento”, “Triunfa la teoría de Einstein”. Eran algunos de los titulares sensacionalistas, en The New York Times, del 10 de noviembre de 1919.

Sin duda alguna, las ideas de un espacio distorsionado y una luz que se dobla, dieron lugar a unos eslóganes muy atractivos y sugerentes. Si bien era (y es) más que dudoso, que sus significados fueran del todo comprensibles para las mayoría de los mortales.

Pero el caso es que empezaron cautivando al gran público y terminaron causando una auténtica conmoción en la humanidad de medio mundo. Una humanidad, recién salida de una guerra, para la que la ciencia se convertía en una vía de escape de su cercana realidad, oscura e irracional.

Sí. Aunque cueste creerlo, en un principio, interesó este nuevo campo de conocimiento científico: la relatividad general.

Los periódicos empezaron a publicar artículos sobre la Teoría General de la Relatividad (TGR) que el público, sorprendentemente, devoraba. Sorprendente porque, claro está, no entendía ni comprendía nada en absoluto de lo que leía.

Pero compraba los periódicos. Que es de lo que se trataba.

Incluso se daban numerosas conferencias dedicadas al tema de la relatividad, de las que nadie de los asistentes se enteraba ni lo más mínimo. Pero asistían en masa. Un fenómeno social éste, que nunca antes había tenido lugar.

Algo bastante incomprensible. La verdad.

La razón de tanto interés habría que buscarla, quizás, en el “entusiasmo” de la propia prensa, que vendía la relatividad como una nueva filosofía de vida. Un nuevo pensamiento que mejoraría las creencias y las normas del hombre. Una visión de la vida realmente atractiva, para esos momentos posbélicos tan delicados y difíciles.

Einstein recibió muchas ofertas (y bien remuneradas) por escribir artículos en los que diera explicaciones simples de su teoría. (“Todos quieren artículos, declaraciones, fotografías, etc. Todo este asunto me recuerda aquello del traje nuevo del emperador...”).

Pero sólo aceptó escribir para The Times, y se publicó el 28 de noviembre de 1919. Al final del artículo incluyó este comentario, a modo de "relatividad al alcance de todos":

Algunas de las afirmaciones aparecidas en su periódico al hablar de mi vida y mi persona tienen su origen sólo en la intensa imaginación del escritor. Aplicando la teoría de la relatividad, al gusto de los lectores, hoy se me considera en Alemania como un científico alemán, mientras que en Inglaterra se me conoce como un judío suizo. Si me quisieran representar como una ‘bête noire’ sería al contrario, un judío suizo para los alemanes y un sabio alemán para los ingleses. 


Por desgracia, con el tiempo, el irónico comentario resultaría profético.

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