lunes, 29 de octubre de 2012

Rosalind Franklin. El Premio Nobel


(Continuación) Si mal estaba, les decía más arriba, que nunca en vida de ella mencionaran haber visto la fotografía 51, peor estuvo que, ni siquiera después de su muerte, le agradecieran su involuntaria y crucial colaboración.

Y eso sí tiene solución, todavía.

Para ser honesto les tengo que decir que llegaron a confesar, en entrevistas y biografías, que sin el trabajo de la Franklin, les hubiese sido imposible publicar sus experimentos, tan rápidamente.

Y tan imposible. Si lo sabrían ellos mejor que nadie. En fin.


No sé qué estará pasando por su mente, lectora pero a mí, por si lo desean saber, me está cruzando la expresión mezquindad humana. Lo dejaré aquí.

En 1956, con tan sólo 36 años, Rosalind empezó a sentir un fuerte dolor en el abdomen. Era un de los síntomas del cáncer de ovarios que le había provocado su larga exposición a los rayos X.

A pesar de las tres operaciones que tuvo y la dura quimioterapia que recibió, estuvo trabajando hasta su muerte. Murió con 37 años. Muy joven para morir. Demasiado joven.

Pero al menos no tuvo que sufrir el menoscabo de ver cómo le entregaban, cuatro años después, a Wilkins, Crick y Watson, el Premio Nobel en Fisiología y Medicina de 1962, por un descubrimiento en el que ella jugó un papel primordial.

Algo que todo el mundo sabía.

Bueno pues ni por esas. Tampoco nadie, entonces, mencionó siquiera su nombre. Se ve que debió de ser otro olvido, éste de todo el colectivo científico. Pero el caso es que ella brilló por su ausencia.

Y es evidente que lo que está olvidado, no se lamenta.

Fue un premio para tres que, en justicia científica, debería haber sido para cuatro. Sin embargo nadie consideró en ese momento, ni después, que lo justo hubiera sido reconocer el logro de una mujer. Lo llaman arte de birlibirloque.

Arte de birlibirloque
A modo de defensa de lo indefendible algunos alegan que, como ella murió antes de la concesión del premio, y éste no se entrega bajo ningún concepto a título póstumo, pues que por eso no se la mencionó.

Bien. Podría ser.

Pero volviendo la frase por pasiva: ¿Habría sido ella la cuarta persona en compartir el máximo galardón si no hubiera muerto? ¿O se habría quedado sin él por su condición de mujer?

Estarán que también podría ser. Y tanto.

Considerado como el logro médico más importante del siglo XX, el modelo de la doble hélice del ADN, abrió el camino para la comprensión de la biología molecular y las funciones genéticas. Antecedentes que han permitido llegar al establecimiento, en estos días, de la secuencia “completa” del genoma humano.

En honor a la verdad hay que decir que la historia de Rosalind Franklin empieza ser conocida y, por ende, valoradas sus aportaciones. Pero también es verdad, que los reconocimientos a su trabajo no acaban de llegar.

O que lo hacen de forma desafortunada.

Les digo esto porque, irónicamente, en el King’s, lugar donde Rosalind pasó sus peores momentos personales, le han dedicado un edificio a la científica. Bueno a ella sola, no.

Se llama Edificio Franklin-Wilkins, en honor a la pareja ¡Qué me dicen!

Yo, que quieren que les diga, que es una pareja dispareja.

Hay también en la vida, recuerdos que nos estimulan.



5 comentarios :

María Celia dijo...

En mi opinión escribe poco sobre mujeres científicas. Por lo demás me gusta como escribe

Anónimo dijo...

Qué redacción, durante casi todo el artículo pensé que era una mala traducción de Google.

Anónimo dijo...

No se de donde te sacas los de Google, no tiene nada que ver

Unknown dijo...

¡¡Me ha encantado su entrada!! Lo encontré buscando información acerca de Rosalind Franklin y Premios nobel otorgados injustamente y creo que sus artículos hacen un resumen perfecto de la idea que tenía en mente. Si hago alguna entrada relacionada en el blog que estoy preparando (http://adictoaciencia.blogspot.com.es/) le nombraré sin dudarlo.¡Gracias!

Carlos Roque Sánchez dijo...

Gracias Irene Lliba por sus palabras.
Hasta cuando quiera y para lo que necesite.